Josep Carles Laínez

El Apocalipsis según Pascale Warda

El Apocalipsis según Pascale Warda
Josep Carles Laínez. PD

Conocí a Pascale Warda, exministra iraquí, en diciembre del año 2006, en Nicosia, con motivo de un congreso organizado por el Daedalos Institute of Geopolitics de Chipre. Con posterioridad, tuve el placer de volver a encontrarla en Valencia, en un curso que codirigí en la UIMP, y, por supuesto, también en Madrid, dentro de una jornada realizada por la FAES. En esta última, coincidí asimismo con el filólogo, escritor y político Raad Salam Naaman, de origen iraquí y ahora compatriota español. Tanto Warda como Naaman están unidos por un triple destino: proceden de Irak, son cristianos caldeos y han conocido el exilio. Lo peor, sin embargo, no es esto último, sino que pronto pueden encontrarse sin una tierra a la que volver.

Pascale Warda fue ministra en el primer Gobierno de Irak tras el derrocamiento de Saddam Hussein (1937-2006). Mujer y cristiana, podía ser vista por los medios y la sociedad occidentales como un símbolo de la apertura democrática de su país tras las décadas de dictadura. No en vano, ella era partidaria de la intervención militar por parte de Occidente, y lo decía sin tapujos. Cuando le comentábamos la crispación que había creado en España la medida del entonces presidente, José María Aznar, de prestar apoyo a la coalición británico-estadounidense, afirmaba hierática: «Es el precio a pagar por la libertad».

Por desgracia, en solo diez años, hemos asistido al juicio y ejecución de Saddam Hussein, al establecimiento y quiebra de una precaria democracia, a la retirada de las tropas que se encargaban de mantener un orden cogido con alfileres («¿Sabe a qué se dedicaban los soldados españoles?», me preguntaba Pascale Warda encantada de darme ella misma la respuesta: «A acompañar a los niños al colegio»), de la imposibilidad -sin ayuda sobre el terreno- de que el país prosperase, y de la pesadilla más terrible: la ocupación por parte del Estado Islámico.

En la actualidad, Pascale Warda continúa su labor mediante la Organización Hammurabi para los Derechos Humanos, galardonada con el premio a la mejor ONG de 2012 por el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Recientemente se presentó en España el libro que la periodista Ana Gil ha publicado sobre su vida, Una rosa en Irak, y buena parte de medios se hicieron eco de su presencia en nuestro país. Visitó también Portugal, y la periodista Cláudia Sebastião la entrevistó para Família cristiã. En declaraciones a este medio, deja claro que su objetivo es que las Naciones Unidas, al igual que han hecho con la minoría yazidí, reconozcan que se ha llevado a cabo, por parte del Estado Islámico, un genocidio contra los cristianos de Irak. De momento, no lo ha logrado, a pesar de pruebas, testimonios y una batalla constante para dar a conocer la suerte de las minorías de su país, pero, sobre todo, de la cristiana. Sin embargo, los amos del mundo siguen mirando hacia otro lado.

Recuerdo a la perfección el preciso instante en que hablé por vez primera con Pascale Warda. Yo había participado, junto a diplomáticos e investigadores británicos y franceses, en una mesa redonda con el rotundo título de «Fortaleza Europa», y las intervenciones soliviantaron a parte del público; entre ellos, un perroflauta catalán sin educación ni conocimiento, y una periodista egipcia, ya mayor, que soltó airada: «¡Han demostrado ser todos una verdadera fortaleza!». El clima estaba enrarecido, y, mientras volvía a la sala tras el almuerzo, me crucé por el pasillo con Pascale Warda, de quien, en ese instante, solo sabía que era ministra de Irak. Sin embargo, en vez de seguir ella su camino, vino directa hacia mí. Otro intercambio desagradable, quise suponer… Pero no. Lo que hizo fue darme su versión sobre el «apocalipsis», término griego que, como es sabido, quiere decir «revelación». ¿Cuál era la revelación que recibí de Pascale Warda? La siguiente: «Ustedes aún están a tiempo de detenerlo».

Poco sabíamos cómo se iban a desarrollar los acontecimientos en Irak. Un año después de aquella primera conversación, tan iluminadora, tenían el proyecto de crear o reabrir, no lo recuerdo, la Universidad de Nínive, y me ofreció ir a dar clases a Mosul. Vivía, pues, Pascale Warda en una dualidad entre las infinitas posibilidades de un país con recursos que desea dejar atrás la inestabilidad y el conflicto, y la conciencia de que había algo que ya no estaban a tiempo de detener, porque tal vez no pudieron detenerlo nunca. Europa se alzaba como la última esperanza… Sin embargo, los hechos han evolucionado de la peor forma posible (grandes zonas de Irak bajo el régimen del horror, y Europa sacudida por el terrorismo, y envenenada por el buenismo), y su revelación tiene cada vez menos visos de que la convirtamos en real. «Ustedes aún están a tiempo de detenerlo». ¿De verdad confiaba tanto en nosotros? Quizá en 2006 era tarde. Quién sabe si incluso en 1996 era ya demasiado tarde. Y ahora, en 2016, su frase resuena en mí, más que como una advertencia, como una cuenta atrás.

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