Jorge Bustos publica este 18 de julio de 2016 una columna titulada ‘El muro de Tamerlán’ que arranca así:
Hoy hace 80 años los españoles entregamos a la Historia la más coqueta realización de una especialidad de la casa: la contienda fratricida. Nadie la despachaba como nosotros. Padres, hijos y hermanos llenos de buenas razones trincharon la carne palpitante de padres, hijos y hermanos llenos de buenas razones que excluían las demás
Sigue:
En España seguimos odiándonos, pero afortunadamente ya no estamos dispuestos a matarnos por abstracciones y nos limitamos a envidiar la casa, el coche o la talla de cintura del prójimo en la intimidad; si la afección es aguda, entonces votamos a Podemos o desaguamos rencor anónimo en las redes sociales, poco más.
Continúa:
Hay mucha casandra a la derecha o a la izquierda que madruga el estallido social o llora la muerte de las clases medias, pero ambas cofradías fúnebres podrían ahorrarse los pucheros: una cosa es que la crisis haya mermado poder adquisitivo y otra compararnos con la España en mantilla y alpargatas de los años 30 que marchaba siempre detrás de un cura, bien con un cirio, bien con un garrote.
Finaliza:
Una vez Tamerlán, el atroz caudillo mongol, mandó construir un muro de prisioneros vivos trabados con argamasa: una pared vociferante que fue enmudeciendo a medida que fraguaba el cemento. Esa pesadilla monumental es la tapia de los paseados que nos lanza un grito mudo antes de que cuaje el olvido: mirad, españoles, de lo que fuisteis capaces. Recordad todas las manos que hicieron falta para levantar el horror.