Manuel del Rosal

El turismo de la miseria

El turismo de la miseria
Manuel del Rosal García. PD

«Llegó el momento en que el sufrimiento de los demás ya no les bastó; tuvieron que convertirlo en espectáculo»

Amélie Nothomb, escritora belga.

Estamos en la época en la que millones y millones de personas en todo el mundo viajan. El turismo se desborda en estos meses. Hoy, rara es la persona que no viaja; rara y marginada. No viajar es un estigma que te marca.

Parece ser que para ser feliz tienes que viajar obligatoriamente. No hacerlo parece ser un pecado social. Los operadores turísticos no dejan de inventar nuevas ofertas para esta fiebre de los viajes a dónde sea. Entre sus ofertas las hay para todo, familiares, para enamorados, algunas indecentes, otras indignas, otras para ofrecer solaz a los más bajos instintos humanos etc.

La oferta más novedosa desde hace unos años es hacer «turismo de la miseria» Hay viajes indecentes, pero como los que ofertan bajo el lema de conocer en origen la miseria y la pobreza, pocos. Además de indecentes, faltos de los mínimos estándares de sensibilidad y respeto hacia quien la vida ha situado en el peor sitio de donde salir le resulta poco menos que imposible.

Por arriba los entretejidos de cables eléctricos que semejan gigantescas telarañas, una urdimbre de hilos conductores de electricidad. Por abajo los canales de desagüe a cielo abierto, de cualquier desagüe. En medio, las favelas. Chabolas construidas sin ton ni son, con materiales ínfimos para dar cobijo a los pobres más pobres de Brasil. Entre el entramado de cables eléctricos y los materiales altamente inflamables, rara es la semana en la que no se produce un incendio.

Los turistas de la miseria, enarbolando sus aparatos de última generación para fotos y videos, recorren las calles de miseria. Ellas tapándose sus narices con sus pañuelos de seda perfumados para poder soportar el hedor, ellos con los ojos dilatados al contemplar a las garotas mostrando una belleza imposible de comprender ante tanta miseria.

¿Cómo es posible que, entre tanta miseria, la naturaleza haga germinar esa prístina belleza?» Ayrtón Senna, el brasileño tres veces campeón de fórmula 1 decía al respecto: «No puedo vivir en una isla de prosperidad cuando estoy rodeado de un mar de miseria»

En Sudáfrica está el hotel de lujo Emoya Luxury Hotel SPA. Por tan solo 170 euros la noche puede excitarse con la experiencia de cómo vivía y viven los desheredados del apartheid. Tu habitación será una especie de chabola semejante a las que cobijan a miles de personas en la más absoluta miseria. Por fuera presenta chapas, cartones y plásticos para simular las auténticas chabolas del apartheid, pero no nos engañemos, por dentro cuentan con Wifi, aire acondicionado, baños con agua caliente y frigoríficos hasta arriba de bebidas y comida.

Podrás tener la experiencia de ver como las aguas fecales corren a tus pies o como la policía te levanta de forma violenta a las cuatro de la mañana para llevarte detenido. Todo pura ficción para el turista y una realidad hiriente para los miles de míseros habitantes de estas ciudades de miseria conocidas en Sudáfrica como «township» o barricadas, donde sobreviven hacinados miles de personas.

Si dispones de 30 euros, una buena vestimenta y un buen calzado resistente e impenetrable, podrás pasear por Kibera, el mayor suburbio de África en Nairobi. La buena vestimenta te aislará de los miasmas que pululan en el aire, los buenos calzados te permitirán chapotear en el lodo de excrementos y orín que corre por sus calles y que luego será procesado para producir metano como combustible; también te salvarán de ser penetrado por los restos de chapas, metales y objetos metálicos podridos y oxidados que te provocarían de inmediato el tuétano.
Bombay es la ciudad más rica de la India con el mayor PIB y donde viven millones de personas.

Es la capital comercial de la India en cuyo centro y rodeada de riqueza se sitúa Dharavi, el mayor y más mísero suburbio de Asia. Un millón de personas malviven en este santuario de la miseria encajado entre dos líneas de ferrocarril. En una extensión de 2,39 kilómetros cuadrados, se hacinan un millón de personas. Su densidad de población es alucinante: 335.000 personas por metro cuadrado.

El cercano río M. Creck recibe los desechos naturales de los habitantes, los cuales los hacen al aire libre. Carecen de agua potable al alcance, las cloacas forman parte del paisaje, las aguas residuales corren por lo que se le da el nombre de calles, y en ellas chapotean hombre, mujeres y niños.

El mayor recurso que tienen para vivir son las 6.000 toneladas de basura que Bombay produce al día y donde, estos desheredados de la vida, bucean diariamente para encontrar algo que les permita solucionar las necesidades del día.

Estos son algunos de los destinos turísticos que se han puesto de moda para hacer lo que se ha dado en llamar turismo de la miseria.

Bajo la ducha tibia de la habitación del hotel, los turistas de la miseria se quitan los restos de la que ha quedado pegada a sus finas pieles tras meterse un chute de miseria y pobreza, directamente en vena y en directo. Una vez en sus ciudades y en sus casas, alardearan mostrando videos y fotografías de la experiencia de haber conocido in situ la pobreza y la miseria, para días después olvidarlo todo y entrar de nuevo en la vorágine del trabajo para ganar dinero, para gastarlo en un consumo desbocado entre el que figurará una visita turística a los lugares más miserables del planeta, que existen para que en otros exista una riqueza indecente.

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