Alfonso Rojo

De tiranos, periodistas, malandrines, kilos, canas y facinerosos

Olvidando hasta el sentido común, el chavismo sigue ahondando la crisis política, social, económica y moral que lleva a Venezuela a una situación inimaginable.

Ahora que está claramente acorralado por el Parlamento y por la desastrosa situación económica, a Maduro probablemente le gustaría utilizar la carta de la libertad de López para tratar de frenar el proceso que debería desembocar en el referéndum revocatorio.

Le encantaría poder engañar a la Mesa de la Unidad Democrática con una negociación imposible, porque no se puede negociar con alguien que tiene las llaves de la cárcel y las usa arbitrariamente.

A los chavistas les queda cada vez menos tiempo y lo están desperdiciando en intentos burdos de mantener a flote un proyecto que hace agua por todas partes. Incluso si no hubieran conducido a Venezuela a esta catastrófica debacle económica -de la que quién sabe cuando se podrá recuperar el que fue uno de los países más ricos del mundo- los daños institucionales y sociales que ha creado el esperpento bolivariano reafirman su carácter totalitario y dictatorial.

A los asesores y colaboradores de la órbita de Podemos que siguen gravitando en el entorno de Maduro y sus seguidores de la línea dura, les cabe también la responsabilidad de la catástrofe que están ayudando a crear.

Así las cosas, el presidente Nicolás Maduro llegó este 13 de agosto de 2016 a La Habana para celebrar con el dictador Fidel Castro su noventa cumpleaños.

Es un sabor amargo, pegado al paladar y hecho de una pizca de rabia, algo de tristeza y toneladas de decepción. Lo he sentido bastantes veces pero ninguna tan intensamente como ahora, quizá porque empiezan a pesarme los kilos, las canas y las cosas.

Y no es, aunque alguno le choque, por esta España nuestra donde a pesar de patibularios como Otegi y de todo ese tropel de malandrines y zarrapastrosos, no hay jornada que no nos llevemos un disgusto.

La primera ocasión que recuerdo con nitidez haberme equivocado como periodista fue hace más de tres décadas, en Nicaragua, cuando descubrí estupefacto que aquellos sandinistas que había descrito en mis primeras y balbucientes crónicas como la quintaesencia del guerrillero idealista y generoso, eran unos majaderos que torturaban, robaban y asesinaban, sin preocuparse un ápice por la justicia o la libertad.

Uno de aquellos facinerosos, con quien compartí hasta campamento en las montañas, es Daniel Ortega, que acaba de dar un golpe de estado incruento, ha despojado de sus actas a todos los diputados opositores y elevado a la categoría de vicepresidenta a su esposa, la misma Rosario Murillo que escribía poesías mientras su marido violaba en casa a su hija Zoila América.

Mucho más adelante, ha habido un buen rosario de hechos en los que políticos, a los que consideraba capaces e ilusionantes, me han dejado frustrado.

La lista es larga e incluye desde dirigentes de la opulenta Europa, que permanecieron paralizados mientras se desmembraba Yugoslavia a funcionarios de organizamos internacionales que no movieron un dedo para evitar el genocidio en Ruanda, pasando por la panda de cenutrios que tuvieron la desventurada idea de dar pábulo a la independencia de Kosovo o a los panolis que en aras de una imaginaria ‘primavera árabe’ alimentaron la locura del terrorismo islámico.

Lo de hoy es casi peor, porque afecta a gente cercana, incluidos esos incoherentes que nos dan lecciones de ética cada día y hasta pretenden gobernarnos.

La corrupta Justicia venezolana ha ratificado la condena a 14 años de cárcel impuesta al opositor Leopoldo López, que lleva más de dos años enterrado en vida en una mazmorra.

Era lo que se esperaba, porque el inepto Maduro controla el aparato y nunca el Poder Judicial ha fallado contra el Gobierno, pero me duele que ni en Madrid, ni en el resto de las capitales del mundo civilizado, se haya alzado todavía una voz instando a intervenir ya contra el tirano.

ALFONSO ROJO

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