Santiago López Castillo

Medalla de oro y diamantes

Medalla de oro y diamantes
Santiago López Castillo. PD

Aún me supura la herida por la muerte de mi perro «Niebla» cuando mi amigo y vecino Javier Sobejano me mete por debajo de la puerta una estremecedora noticia: la doble dama de doma se retira de la competición para salvar la vida de su caballo. Sucedió en Río, ayer, antes de ayer. Ojala que por toda la eternidad. Él era «Parzi» y ella Adelinde Cornelissen, holandesa, de 37 años, y dejémonos de galanteos, si la persona es antes o el animal, después, son hijos de Dios, qué ostias. Es más, la amazona y su equino eran uno y, si me apuran, trino en persona. Formaban un tándem perfecto y consiguieron plata y bronce en los Juegos Olímpicos de Londres, cuatro años más atrás. Pero la preocupación de la jinete era su compañero, su amigo; como «Niebla», el mío, no se me ha borrado de la piel y detesto los tatuajes ficticios.

Adelinde metió a su caballo entre algodones. Cada dos por tres le tomaba la temperatura. Era como un niño lactante. Es más, ella dormía en los establos. Junto a él. Los veterinarios siguieron el control para, si fuera posible, competir. La atleta holandesa, con posibilidades de medalla, se preguntó: ¿El relumbrón del metal cual fuere o mi «Parzi»? La elección, para los que sentimos y amamos a los animales, estaba escrita. Su noble caballo. No es la primera vez que alguien ha perecido ahogado por salvar a su perro en las aguas de un río.

Siempre he dicho, para los que me pudieran escuchar o leer, que yo preferiría mi muerte antes que la de mi golden divino. Lo he recogido en mis libros «Cornudos y apaleados» y en «Mis perros, mi vida» . Esta olímpica merece el mayor de los honores, la medalla de oro y brillantes, y la honra de una sociedad toda que se pasa la vida mirándose el ombligo y acariciando el efímero triunfo. Lamento al mismo tiempo que la gesta de esta campeona olímpica haya quedado en un mero suelto en un rincón del periódico.

Ya estaba yo echando el cierre a estas sentidas líneas de puro olimpismo cuando me llega por la Red que un perro salva la vida a un chaval que se había perdido en una sierra cualquiera. Esto se llama amor y lo demás es cuento. Quiero decir, filfa. Era un labrador, primo hermano de los goldens para el que no lo sepa. Y a mucha honra (y nada falsa modestia, un orgullo) llevo a gala el piropo que me hizo Eduardo Chamorro en su crítica de mi novela «Canela» : «Yo no sé si el perro es el mejor amigo del hombre, pero Santiago es el mejor amigo de los perros».

Amen.

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