Dijeron, dicen y repiten que no quieren unas terceras elecciones, pero en lo único que parecen estar poniéndose aceleradamente de acuerdo es en adelantarlas una semana para que no caigan el día de Navidad. O sea, que en lo que están pensando es en llevarnos a rastras a las urnas otra vez. Porque a los únicos que no van a preguntar si queremos elecciones es a los ciudadanos que somos quienes tenemos que votar. O no, que diría Rajoy.
Nunca pensé que esta posibilidad, la de una tercera convocatoria, tras los resultados del 26 J, podría ni siquiera plantearse mas allá de una finta retórica. Pero aquí está y ya como la más probable probabilidad. Nunca creí que se pudiera llegar, por nuestros representantes, a tal grado de irresponsabilidad. Jamás imaginé que la autoproclamada “nueva política” alcanzara en tan corto espacio de tiempo esta nueva cota de descrédito ni remontara esta cima de insensatez.
Desde que esta democracia nuestra comenzara a caminar allá por el 1977 no se ha transitado nunca por tales y tan perniciosas derroteros donde no aflora por sitio alguno, eso parece a estas alturas utopía, el interés general sino y ni tan siquiera el sentido común. Es un disparate, es ridículo, es una pesadilla pero eso es lo que, cada vez mas, lo parece hay.
Volvemos al lugar donde no hemos salido ni de donde se ve salida alguna. Volvemos a dar la misma vuelta al mismo cerro con todo ya mil veces dicho y otras tantas rebatido. Y la perdiz, o sea nosotros, está ya desde hace meses más que mareada. Volvemos, vuelvo, sin habernos podido ir, sin haber podido ni un instante siquiera el tener el respiro de que nos hayan dejado ni un segundo en paz, y sin que hayan cumplido, ellos, con su primera y perentoria obligación. Retornar a escribir de ello, que lleva siendo lo mismo, desde hace dos eternidades de artículos, resulta ya el peor de los esfuerzos que se siente ademas como el más inútil y condenado a la mayor frustración.
Quiero tener esperanzas, y a fuer de optimista, de suponer que quedara algo de racionalidad, y de que al final no va a ser así. Pero cada día me resulta mas difícil atisbar síntomas que me permitan mantener esa intención. Se abrieron cuando se produjo el viraje de Ciudadanos pero según ha ido avanzando agosto las sensaciones han ido de mal en peor y septiembre va a alumbrar, con bastante certeza, una investidura fallida. Y otra vez vuelta a empezar. Tal vez una nueva intentona en octubre, después de las elecciones gallegas y vasca. Tal vez. Dependerá, dicen, de los resultados y los resultantes equilibrios de poder. Dependerá, como depende ahora, de los intereses de los partidos y, aún más procaz, de los intereses de los dirigentes de esos partidos. ¿Y el pais, qué? ¿España, qué? ¿Nosotros, qué?.
No es que desee trasmitirles desánimo. Mi limito a compartir el suyo. Porque eso es lo que percibo entre las gentes del común, entre quienes no hacen declaraciones ni dan ruedas de prensa, entre quienes no viven en ese barco metido en la botella de su propia sopa que son los políticos yque se pasan la vida suponiendo que navegan por un mar e intentándonos vender sus pequeñas miserias como las más grandes y generosas hazañas. Desánimo, hartazgo absoluto y un cabreo creciente y monumental es lo que hay. Eso es también, aunque no salen diciéndolo por la televisión, lo que hay. Eso es lo que hay más hoy en los españoles de a pie.
Y pudiera concluirse y quedar muy estupendamente diciendo que todos son responsables. Que todos tienen, en efecto en ello, su alícuota parte. Sin duda. Pero hay grados y en este caso un culpable. Ese que solo sabe decir NO. A todo NO. A estas alturas no hace falta siquiera dar el nombre.
P.D. El pacto logrado entre PP y Ciudadanos debería suponer, atendiendo al interes nacional y al sentido comun, con los 170 diputados que suma, una razonable base para un Gobierno. Pero Sanchez, con el silencio complice de los barones, enterró hace ya tiempo tales valores.