Jordi Rosiñol Lorenzo

Testimonios inconscientes

Testimonios inconscientes
Jordi Rosiñol Lorenzo. PD

Una imagen cien años dormida en el negativo de cristal, cien años depositada en la oscuridad segura del maletín tallado en madera de haya, cerca de mil cotidianas imágenes alberga junto a ella, imágenes tomadas por un flamante fotógrafo, que cubierto con su sombrero de fieltro se oculta detrás de la mágica caja sostenida en su trípode.

El camarógrafo se esmera, se siente y es cronista de la historia, con sería y trascendente desenvoltura toma imágenes aleatorias de vidas anónimas, momentos prestados a la evolución tecnológica, que con su innovadora presencia, alegran, y emocionan aún más si cabe, la feliz, e invernal jornada dominical, de un concurrido parque cualquiera, de cualquier ciudad de la vieja Europa en el moderno siglo XX.

El continente vive desinhibido los alegres años veinte, el periodo de entre guerras, un periodo convulso del que por desgracia pocos son conscientes, ay! que poco saben sus gentes que están disfrutando entre risas y bromas de las últimas mañanas, de quizás la última! en breve, en nada, todo cambiará! ninguno es capaz de imaginar el vuelco que de pronto todo dará!

A semejanza de la rabiosa maldad que puede alcanzar el Sol hiriente de mediodía, traicionero embauca con su intensidad el astro, el preludio de la tormenta perfecta ennegrece de pronto la bóveda terrestre, y silbando creciente, constantes los vientos truncaran las ilusiones, los proyectos, y en definitiva la vida de nuestros inmortalizados protagonistas de tan bella mañana.

Al positivar en un moderno estudio actual la imagen olvidada en el eterno negativo, son ellos, nacen de nuevo los protagonistas, que al cobrar vida, se felicitan por haber pospuesto a última hora de aquella maravillosa mañana, los diversos y mezquinos compromisos mundanos que tantas veces les impedían vivir, obstinada la tirana jerarquía de las prioridades les privaban de vivir momentos simples, como los de patinar en grata compañía, los de posar ante la cámara, cruzar los brazos unos con otros, intercambiando miradas llenas de cómplice felicidad, de indisimulable gozo, que si no se hubieran vivido, nunca se hubieran rescatado de la debacle que se cernía, inmediato el futuro cayó como la espada de Damocles! Y les cercenó la existencia en el baño de sangre que tiño de rojo la tierra, iluminándola durante años con el triste gris de la contienda.

Acertamos esa mañana, el cambio con voluntad de ser feliz, la vida se nos eternizó, y nos contagia de ventura a quienes durante cien años, mil años compartiremos la alegría vivida en la imagen de una inocente mañana invernal de la vieja y convulsa Europa.

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