Luis Ventoso

La bollicracia en el periodismo

La bollicracia en el periodismo
Luis Ventoso. PD

UNA de las muchas cosas magníficas de España, de esas que los españoles jamás ensalzamos, es la celeridad con que se recuentan los votos en las veladas electorales. Una eficacia que revela una organización prusiana y una informática excelente.

Damos por supuesto que irse a la piltra a las doce y pico sabiendo los resultados electorales es lo normal, pero en muchos países que tenemos por ejemplares dista de ser así.

En el Reino Unido el recuento se prolonga hasta muy entrada la madrugada. A veces ya raya el alba cuando todavía se están aclarando, como si estuviésemos en la era de los carruajes victorianos, y no en la de Apple (y sus evasiones fiscales).

Esa morosidad británica tiene una ventaja: noches electorales insomnes, de gran emoción y cafeína a litros, que se ven acompasadas por espectaculares maratones televisivos, donde nadie pega ojo hasta el día siguiente.

Desde 1979, año en que Margaret Thatcher ganó las elecciones, todas las veladas electorales de la BBC las ha presentado siempre el mismo periodista, David Dimbleby. Y ahí sigue. El pasado 23 de junio se encargó también del especial sobre el referéndum del Brexit. Dimbleby, un zorro plateado, un hombrecillo agudo, de mirada clara y pilla, arrancó su emisión a las ocho de la tarde (nueve inglesas). Y allá estuvo, al pie del cañón hasta las seis y pico de la mañana, con su ingenio vivaracho y socarrón y sus corbatas coloristas a lo Carrascal.

La miga del asunto es que el tipo peina 77 años (uno más el mes que viene) y lleva en la BBC desde los años cincuenta. Por supuesto, a nadie se le ocurre darle una patada por viejo para plantar en su lugar a algún bollicao -hombre o mujer- en sus primeros hervores.

Cuesta encontrar rostros lozanos dando las noticias en la televisión británica. El comunicador estrella de la principal privada, la ITV, es un carcamal, sin duda, pero a cambio aporta un poso de seguridad casi bíblica en todo lo que dice. Las presentadoras de la BBC han ido envejeciendo ante la cámara, son unas venerables cuarentonas y cincuentonas y no parece que la belleza haya sido precisamente el criterio de selección. No las han sacado de un cásting de Victoria’s Secret, no.

Buscan periodistas formados, con recursos, capaces de analizar los temas y preguntar con reflejos y buen criterio. A cambio, no suelen escucharse esas brillantes y profundas preguntas que acostumbran a lanzar nuestras y nuestros bollicaos: «¿Cómo ve la situación, señor Junqueras?».

Todo cambia al encender la televisión en España. Salvo la feliz excepción de TVE, las privadas tienden a buscar bustos parlantes en la flor de la vida y de una guapura inapelable, deslumbrante.

Un síntoma más de ridícula bollicracia española, que también atenaza a nuestra política, donde tres salvapatrias que no habían gestionado una comunidad de vecinos nos han sumido en un carajal de esperpento y sin salida clara.

Las canas son un lujo y un grado, porque certifican que se ha vivido. No es raro rebuznar a los veinte, cuando la vitalidad nos desborda, pero cuesta más hacerlo a los sesenta, cuando la escuela de la vida te ha enseñado los pliegues de las cosas, los retruécanos revirados del alma humana.

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