Manuel del Rosal

¿Protegen nuestras leyes a nuestros niños?

¿Protegen nuestras leyes a nuestros niños?
Manuel del Rosal García. PD

«El futuro de los niños es siempre hoy. Mañana será tarde» Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura 1945
«Con las leyes pasa como con las salchichas: es mejor no ver como se hacen» Atribuida a Otto V. Bismark, considerado el fundador del Estado alemán moderno.

La odisea que está viviendo el niño J. F. Abeng Ayang es una más de las muchas que los niños sufren porque las leyes o están mal hechas o, estando bien hechas, se aplican mal, muy mal. Y esto a pesar de que la justicia afirma que la prioridad en los casos de menores es «el bienestar del menor». ¿Radica el bienestar de este niño en ponerlo en manos de una madre a la que no conoce de nada? o radica en dejarlo en manos de quienes le «pre adoptaron» – vaya palabreja – No lo sabemos, lo que sí sabemos es que el único perjudicado por una mala ley, o por su mala aplicación, es un niño inocente e indefenso a quien nadie ha preguntado nada y que se verá abocado de por fuerza a vivir con quien le han impuesto las leyes; en este caso su madre biológica.

Las leyes las hacen los adultos y las hacen pensando en los adultos. Los niños están ausentes en la elaboración de las leyes del menor. Me dirán que son pequeños, que carecen de madurez, que carecen de lo que antes se llamaba «uso de razón». Puede que así sea, pero puedo asegurar que un niño de cinco años puede tener más «uso de razón» y más madurez que personas de cuarenta años. Y, sobre todo, sabe perfectamente lo que quiere en función de sus necesidades y sentimientos.

Los niños ya son afectados por las leyes desde el mismo momento en que son concebidos. Estando en el vientre de su madre, mediante la aplicación de las leyes, pueden impedirle nacer a la vida. El niño está indefenso ante la ley que permite a la madre abortar, porque la ley está hecha para la madre y no para el ser que, desde el claustro materno, llama a la vida. Una vida que las leyes no le van a permitir vivir. Ese niño, absolutamente indefenso, se verá privado del calor del sol, de la lluvia, del olor de las flores, del amor… en definitiva, de LA VIDA.

La ley permite la separación de los matrimonios que deciden, por la causa que sea, divorciarse. Hasta ahí todo es normal; nadie tiene que estar de por vida atado a quien ya no le une nada. ¿Pero y los hijos? ¿Cuándo se hizo la ley que permite el divorcio se pensó en los hijos? El síndrome de alienación parental (SAP) se produce en los hijos – fundamentalmente de padres separados – cuando uno de los padres, mediante distintas y variadas estrategias, transforma la conciencia del niño con el objetivo de impedir, obstaculizar o destruir los vínculos con el otro progenitor. En términos populares, le hace «un lavado de cerebro» para que el niño desarrolle un odio patológico e injustificado hacia el otro con consecuencias que pueden ser devastadoras para su desarrollo físico y psicológico. Estos padres utilizan al hijo como arma arrojadiza contra el otro.

Como podemos ver, en todos los casos los paganos son los inocentes e indefensos niños a los que las leyes les sitúan en segundo plano. Las leyes las hacen los adultos para los adultos, olvidando que los niños son seres en los que se da aquello de: «El corazón tiene razones que la razón no comprende» En los niños prevalece el corazón y no la razón. En el libro «El niño con el pijama de rayas» llevado al cine, hay una frase que define lo que un niño siente, lo que ve, lo que quiere, el concepto que tiene de la vida, de la amistad… Esa frase es: «La niñez se mide a través del sonido, olores y observaciones antes de que aparezca la sombra oscura de la razón». Y es que no se debe hacer una ley del menor, sin antes no penetrar en el santuario del corazón del niño.

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