No es un chaval. De hecho, Alberto Núñez Feijóo acaba de cumplir 55, pero en el imaginario colectivo se le ubica mucho más en la generación emergente, de la que forman parte Casado, Maroto, Cifuentes o Alonso, que en la ‘vieja guardia’ del PP.
Lleva toda la vida en política y apenas tiene seis años menos que Mariano Rajoy, pero aparece ineludiblemente como pieza clave en la renovación que más pronto que tarde deberán asumir los populares. Se habla incluso de él como el ‘recambio’, en el hipotético y muy improbable caso de que Rajoy de un paso a un lado.
Digo improbable porque a estas alturas, a cinco días de que se abran las urnas en Galicia y País Vasco y a seis semanas de que haya que disolver las Cortes y convocar por tercera vez elecciones generales, no hay el mínimo indicio de que vaya a ocurrir algo parecido.
Da igual la presión que ejerza el PSOE e incluso de que se sume Ciudadanos a la jugada de exigir la cabeza de Rajoy como condición ‘sine qua non’ para permitir la investidura de un presidente popular.
La unidad pepera en torno a su líder es ahora indiscutible y lo seguirá siendo mientras albergue esperanzas de reelección. Máxime cuando se da por supuesto que, si volvemos a votar, aumentará en número de diputados, mientras todos los demás bajarán.
Me he apuntado a la tesis de que no habrá terceras elecciones y que, a finales de octubre, Rajoy renovará como presidente, pero para que eso ocurra es imprescindible que Feijóo gane por mayoría absoluta las autonómicas del domingo.
Entre gallegos anda el juego, porque si se queda a un escaño de los 38, el PSdG pactará con el BNG y las Mareas para auparse en precario al poder.
Y Pedro Sánchez se presentará ante el Comité Federal y preguntará con cara inocente que razón política hay para que lo que los socialistas consideran bueno en Galicia, en Baleares, Valencia, Cataluña y en un porrón de sitios, no sea bueno en Madrid.
ALFONSO ROJO
