Santiago López Castillo

La casa del pueblo

La casa del pueblo
Santiago López Castillo. PD

Era la denominación que el PSOE daba a sus sedes. Eran las estancias pobres para pobres pero el socialismo emprendió en seguida la vía del socio-listo. O sea, los retro-progres. O dicho de otra manera, los señoritos con trenca y trinque. Incluso se cantó lo de que vamos a cantar a la casa del pueblo… (al estribillo). Pues los esquilmados, defraudados, con casas unifamiliares de no menos de 300 ms2. adoran al becerro de oro, que es un tal Sánchez, presidente por un día con encajes de tul ilusión.

En mi dilatada vida profesional, 40 años nos contemplan, conocí a muchos socialistas: desde Felipe González o Alfonso Guerra hasta José Federico de Carvajal, todo un caballero, pasando por el que sería mi compadre Pablo Castellano a quien el PSOE expulsaría por denunciar éste la corrupción (cuán flaca es la memoria, señor Sánchez, guapito de cara). Eran tiempos de pana y lana. Por ahí andan mis fotografías con todos ellos. Recuerdo que algunos iban a los plenos con sandalias y calcetas que en llegando el 82, año de la victoria, cambiaron por los «lotusses», zapatos de alto standing. Una nueva vida. Pero no puedo dejar de recordar a Gregorio Peces-Barba y del Brío y a su hijo el madridista y cristiano y presidente del Congreso, sencillamente Peces-Barba.

Capítulo aparte merece un hombre íntegro, llamado Virgilio Zapatero, con quien, tras su abnegada labor parlamentaria, al servicio del partido, claro, nos echábamos semanalmente mesa y mantel. Mi último contacto con él fue cuando llegó a rector de la Alcalá de Henares. Adonde los descerebrados no alcanzan. Y, encima, el partido de Sánchez, el empleado de El Corte Inglés, lo decapita. Una de las mentes pensantes del socialismo o como finamente dicen: la «socialdemocracia». No es de extrañar, pues, que a este berraco lo castiguen sus propios conmilitones.

Así les va. A mí, cómo si se operan. Pero es lamentable que la cerrazón de un iluminado se imponga al sentido común. Que tenga en jaque a una nación, no aquellas casas desbastadas que reconstruyó Franco, y estemos pendientes de las ocurrencias de este inane ser cuyo destino es, con perdón, la puta mierda. Su comparecencia el pasado viernes (sin preguntas, y el pollo se metía con el «plasma» de Rajoy, y la puta leche) fue patética. Balbuceando, viendo perdido su sitial en su partido y en el orbe de España, seguía desafiando al personal en nombre de los parias del destino.

No, mire, no. No quiero ser progre. Todo lo que he conseguido ha sido con el sudor de mi frente y en cada casa y caso nuestros congéneres se han esforzado por el bienestar social. No por sus demagógicas teorías que siempre nos llevaron a la ruina. El máximo colofón de la izquierda cerril y permanentemente antagónica. No me pregunte, que me opongo.

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