Francisco Muro

El secuestro del debate de los partidos

El secuestro del debate de los partidos
Francisco Muro de Iscar. PD

Aunque algunos piensen que los partidos son máquinas de poder, dirigidas por un equipo -«el aparato»- que decide todo, no deja de ser una enorme mentira. El poder en los partidos sigue siendo exclusivo, autoritario y, a veces, hasta dictatorial del presidente o secretario general, que actúa sin necesidad de consultar a nadie y sin que nadie le discuta nada. Sucedía con Adolfo Suárez, sobre todo en la etapa final, en la que no se fiaba de ninguno de los suyos, con razón, por otra parte, aunque tampoco ninguno de los suyos, salvo su cuñado, se fiaba de él. Sucedió con Felipe González, que compartía poder con Alfonso Guerra, pero que acabó apartándole también de la toma de decisiones y provocando la ruptura de un tándem casi perfecto. Suárez y González eran «dios» en sus propios partidos y en la política española y prácticamente no tenían que dar explicaciones a nadie. Y además, no las daban. Dueños del partido y del Gobierno, sin que nadie les discutiera nada internamente y sin que ellos aceptaran que nadie lo hiciera. Ejercían en poder desde la autoridad moral que les dio la transición, pero cuando ya no la tenían, quisieron seguir ejerciendo el poder absoluto. Hasta que lo perdieron.

Algo parecido se puede decir de Aznar, que devolvió a la derecha al poder, después de una dura travesía del desierto y al que tras una primera victoria sin mayoría absoluta, donde hubo diálogo y pactos con otros, la mayoría absoluta de 2000 le llevó a codearse con los grandes líderes del mundo, a creerse el mejor presidente de la historia, a La soberbia y al desprecio a todos los demás. Su forma de hablar y hasta su rictus, desde entonces, parecen indicar que sigue pensando lo mismo del resto de los mortales.

Lo de Zapatero y lo de Rajoy, como lo de Pedro Sánchez, Rivera o Pablo Iglesias, en otro nivel, es más de lo mismo, pero sin la autoridad que tenían los anteriores. Es cierto que los electores votan cada cuatro años -bueno, ahora más-, y luego sin ignorados otros cuatro años. En los partidos pasa lo mismo. Eligen a un líder, a dedo o con primarias, y el comité federal, la junta directiva o los círculos asamblearios, a partir de ese momento, pintan lo mismo que los electores. Nada. La falta de debate interno en los partidos, la falta de valentía de los críticos en esos círculos de poder es casi absoluta. Y cuando hay alguna excepción, alguien que se atreve a manifestar una opinión diferente a la del gran líder, es laminado a corto plazo y, por supuesto, no va a en las listas. «El que se mueve no sale en la foto», decía Guerra, que era un maestro en la gestión del poder y del miedo.

Los que aplaudieron los tremendos errores de Zapatero, ni le saludan ahora. Los mismos que han apoyado a Pedro Sánchez en su «no es no», votarán la abstención, si se lo pide el que manda ahora. Los que han defendido a muerte a Rajoy, le clavarán puñales cuando caiga. Pablo Iglesias acabó con el asambleísmo de Facultad en cuanto llegó al Parlamento y ya sólo se ocupa de frenar a los que quieren discutírselo. No hay ideas ni debate ni reflexión. Sólo hay sumisión al que manda. Eso sí que es vieja política.

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