Supongo que decir que un Estado fuerte es aquel que se siente orgulloso de su bandera, de su Historia, de su himno, de su unidad, sonará como algo reaccionario en el seno del Consejo Ciudadano de Estado de Podemos, que este fin de semana celebró una ‘cumbre’ para, en el fondo, aparcar sus divergencias sobre lo que debe ser la izquierda, y si debe serlo con el PSOE o contra el PSOE.
Así que la inminente festividad del 12 de octubre, que conmemora algunas gestas del pasado y reivindica a España como una nación que fue, y es, importante en el mundo, sirve, no sé si muy inteligentemente, para separar a la derecha, que concurre a la festividad, de la izquierda, de la que una parte desdeña hacerlo, incluso despreciando públicamente la invitación del Rey, que es quien con mayor precisión, y con el acierto que le permiten, encarna al Estado que, desde otros lados, se trata de reformar o, incluso, sustituir.
Esta división de castas no es propia solamente de las asambleas de la formación morada o de los independentistas y nacionalistas de diversa laya; la comparten algunos en el ‘otro’ PSOE, el que se va quedando minoritario y mira con nostalgia, desde Los Angeles o desde algunas federaciones, hacia el ya imposible acuerdo con Podemos. Y, en el fondo, la comparten, con su indiferencia (u hostilidad) hacia los boatos y medalleríos oficiales, bastantes ciudadanos.
De acuerdo: el 12 de octubre no puede ser apenas una parada semi-militar en la que se reúnen en torno al jefe del Estado unos centenares de elegidos, elegantemente trajeados o uniformados, teóricamente representantes del pueblo. Es preciso, sí, tener una concepción del Estado algo más amplia que esa idea oficial de la Comunidad Iberoamericana surgida a partir de 1492, que, no obstante y por mucho que algunos se empeñen en lo contrario, sigue siendo una fecha crucial para la Historia de la humanidad.
Pero el hecho de que casi la mitad de la Cámara Baja esté integrada por fuerzas que no se sienten, ni anímica ni territorialmente, representadas por ‘este’ 12 de octubre, debería llevar a preguntarnos qué es posible hacer para superar esta ‘segunda transición’ en la que, le guste o no a Mariano Rajoy -que el término, lo he comprobado personalmente, le repele-, estamos embarcados, y que incluye la propia definición de lo que es el Estado español, o sea, España. Y que incluye cambios necesarios, muchos cambios, que consoliden el Cambio, con mayúscula, que ha de venir para que el nuestro sea un país verdaderamente admirable y admirado. Y uno.
No faltan quienes quieren engañarse: en el fondo, dicen, todo sigue igual tras fallar el rumoreado -yo no he comprobado, la verdad, que fuese del todo real_ intento de Pedro Sánchez de alinear, para tomar el poder, a la segunda fuerza política española con la izquierda-de-la-izquierda y con las fuerzas separatistas.
El PSOE vuelve a su cauce, va predicando el presidente de la gestora, un buen tipo llamado Javier Fernández a quien poca gente hasta ahora, excepto, claro, los asturianos, conocía. El PP, por su parte, no ha echado las campanas al vuelo tras la debacle interna socialista, que impide absolutamente al PSOE afrontar ahora unas elecciones: está, para mantenerse en el poder de una manera digna, haciendo un esfuerzo de contención de su regocijo, que no está el horno para esos bollos de dar vítores al hundimiento del rival.
Claro que el elegante papel que está desempañando Rajoy es el más fácil, pero no por ello deja de ser eso, un comportamiento elegante, ya que no de estadista.
En Podemos se aparcan inteligentemente las divergencias intestinas en el interesantísimo debate que se intuye sobre lo que debe ser la izquierda en un país europeo: Pablo Iglesias parece haber comprendido, al fin, que no le ha llegado aún la hora de gobernar y que, al paso demasiado alterado que lleva, quizá no le llegue nunca, porque el Sistema, de una u otra manera, que se lo pregunten a Sánchez si no, corrige siempre el tiro errado.
Y, por fin, Ciudadanos, que sí está en el ‘espíritu del 12 de octubre’, aunque sea a su manera, aguarda, con el apoyo reformista a -qué remedio_Rajoy, el discurrir de los acontecimientos, que se van a precipitar en las próximas dos semanas. O sea, que no todo sigue igual.
Es, al menos, lo que nos dice una Ada Colau, nos guste o no carismática y depositaria de muchos votos, cuando declara ‘jornada laboral’ el 12 de octubre, aunque sea solamente en Barcelona. O los responsables aragoneses festejando, a su variopinta manera, el día del Pilar.
Y lo que intuimos que puede ocurrir en la recomposición de la izquierda y, por qué no, de la derecha, que tiene que pasarse al bando de la reforma a fondo, también abona que ya no podemos aferrarnos a los viejos esquemas. Creo que el propio jefe del Estado así lo entiende, aunque sus pasos -de nuevo va a ser protagonista de consultas con los políticos en los próximos días_ sean muy cautos, quizá en ocasiones demasiado cautos, como si no hubiese que reinventar tantas cosas.
De manera que ‘sí’ al orgullo por el himno, la bandera -tan maltratada-, la unidad y las tradiciones; cierto igualmente que, como dicen que dicen los suizos, la democracia debe ser aburrida; pero hay que decir también ‘sí’ a ese Cambio del que, en el fondo, todos los instalados reniegan, y entonces ahí sigue, viendo pasar el tiempo, la ceremonia del Palacio de Oriente. Eso sí, con un Pablo Iglesias que anuncia ‘urbi et orbi’ que estará ausente de esa ‘fiesta de smokings’ (¿?), quizá para que todo siga exactamente igual.