El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, y el líder de Podemos, Pablo M. Iglesias estuvieron encantados de verse y de intercambiar opiniones en su madrileño encuentro del lunes. Una curiosa luna de miel del independentismo que se coloca fuera de la ley con el populismo que reduce el Estado al amontonamiento de líderes políticos y empresarios del IBEX en torno al Rey para practicar el «patriotismo del canapé» el día de la Fiesta Nacional. Es la excusa de Iglesias para motivar su ausencia de la recepción anual en el Palacio de Oriente.
En eso coinciden. Ambos ven la jornada festiva del 12 de octubre como la indeseable exaltación de un genocidio endosable a la «hispanidad», de la que reniegan tanto Iglesias como Puigdemont. Tiene declarado Iglesias que a veces ha de hacer contorsiones verbales para decir la palabra España. A años luz del ingeniero, comunista y poeta, Gabriel Celaya, cuando declamaba «España mía, con amor te deletreo», ochenta años antes de que el líder de Podemos pregonase la necesidad de hacer política más cerca de la calle que de las instituciones: «A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo».
De la cuerda de Podemos (versión catalana) es esa alcaldesa de Badalona que ha decidido no celebrar la Fiesta Nacional del 12 de octubre porque conmemora un genocidio y se asocia con Franco y el racismo. Toma ya. A eso reducen la fecha elegida hace 29 años por el Parlamento democrático porque «simboliza la efemérides histórica» en la que nuestro país, «a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un periodo de proyección lingüística y cultural más allá de los limites europeos».
El entrecomillado figura en la exposición de motivos de la ley que declaró Fiesta Nacional, a todos los efectos, el 12 de octubre. En ninguna parte se habla de Franco, raza, hispanidad, conquista, colonización… Se habla, eso sí, de recordar un momento de la historia que forma parte del patrimonio común de «una nación tan diversa como la española». Porque, mal que le pese ahora a los nacionalistas, en la aventura americana la participación de los catalanes no es menor que la de los castellanos, los vascos, los leoneses, los extremeños, etc.
¿Quiere algunos ejemplos el señor Puigdemont o la alcaldesa de Badalona? Los 200 catalanes de la fuerza militar que, al mando del ampurdanés, Pedro de Margarit, acompañó a Colón en su segundo viaje. Un benedictino del monasterio de Montserrat, Bernardo de Boil, fue el primer vicario apostólico del Nuevo Mundo. El leridano Joan de Grau i Ribó, compañero de aventuras de Hernán Cortes en México. También leridano era Gaspar de Portolá, gobernador de California en el siglo XVIII y famoso explorador de San Diego y Monterrey. Y así sucesivamente.
No nos cansaremos de seguir denunciando la burda manipulación que alimenta a este nacionalismo tramposo y enredador.