Laureano Benítez Grande-Caballero

La lucecita del Pardo brilla de nuevo

La lucecita del Pardo brilla de nuevo
Laureano Benítez Grande-Caballero. PD

Somos un país afortunado. Es cierto que nos ha caído encima una devastadora plaga bíblica en forma de crisis política, social y económica -adobada con separatismos, para más INRI-, pero podemos estar tranquilos los españoles, pues la Providencia nos ha enviado en estas horas sombrías a un Mesías celestial, a un patriota redentor, a un trabajador infatigable que, en permanente estado de vigilia en su despacho, rescatará a España del marasmo apocalíptico en el que se encuentra sumido.

Y así, en la amedrentadora noche gótika que amenaza con estrangularnos, en las pesadillas nocturnas que pueblan los sueños de los españoles, en la oscuridad terrorífica que se cierne sobre nuestra piel de toro, el Turrión de la coleta viene a consolarnos proclamando que él es la nueva «lucecita del Pardo» -la luz que dicen las crónicas que siempre estaba encendida en el despacho de Franco, incluso por la noche, como prueba palpable de su permanente servicio a España- centinela insomne que rescatará a la «gente» de esas perversas tinieblas que nos acechan por doquier; afirmando que no dormirá pensando en nuestro bienestar, siempre al pie del cañón, siempre pensando en nuestro servicio, en permanente guardia en su garita mientras España duerme.

Por esa loable y sacrificada misión es por lo que ha decidido no acudir a la Fiesta de la Hispanidad, porque dice que no es comiendo canapés cómo se va a rescatar a la «gente» ni salvar a la Patria.

La misma excusa dio el año pasado para no acudir a la recepción en la Zarzuela, cuando dijo que declinaba la invitación porque era «más útil en la defensa de los derechos y la justicia social en este país».

En la noche del 7 octubre pasado, en un cine de la capital madrileña dijo que «Yo respeto a la Patria defendiendo a la gente que no tiene trabajo. Ser patriota no es ir a un desfile».

Así que ya sabemos por qué nuestro salvapatrias suele vestido con una camisa arremangada y una corbata con el nudo aflojado, pues no hay duda de que es la indumentaria más cómoda para estar siempre faenando por el bien de la «gente».

O sea, que Pablo nunca descansa en el servicio a la «gente», y por eso rechaza ir a celebraciones y festividades, a excepción, claro está, del «Día del Orgullo Gay», donde además se da el lujazo de bailar la conga, abandonando por un día su aureola de cartujo penitente.

Otra excepción notable es cuando acudió -junto con Monedero- a la fiestorra que organizó por su 65 cumpleaños su mecenas televisivo y amiguete Jaume Roures en un palacete de Madrid, rodeado por la «creme» más «jet» de la «casta» que tanto dice despreciar. Imaginamos que en ese sarao habría «delicatessen» de más entidad que los vulgares canapés, manjar que, voilá, Pablete pone como símbolo de la casta.

Igual si en la recepción por el Día de la Hispanidad pusieran bocadillos proletarios y aceitunas a granel se animaría a acudir, quién sabe.

Sin embargo, no sabemos si al Turrión lo que sucede es que, en el fondo, no le gustan los canapés como vianda celebratoria, ya que es muy posible que prefiera las mariscadas pantagruélicas, y eso no figura en el menú del Día de la Hispanidad.

Recientemente, los del partido morado se pusieron morados en Palma de Mallorca, mandándose una caldereta de langosta de 160 € por persona, que incluía calamares con sobrasada y carpaccio de gamba roja. En total, como eran 18 comensales -la plana mayor podemita en pleno-, la cuenta ascendió a 2880 euros. Ele la grasia. No es que quiera ser aguafiestas, pero me parece que con esa cantidad se podría haber rescatado algo a alguna gente.

Otra a la que también le va la marcha de las «casta» es Rita «la quemaora», que acudió a una fiesta de la «jet» en el club siglo XXI, invitada por Paloma Segrelles, donde se codeó con personajes de rancio abolengo, con champán a espuertas.

Y es que esta banda antisistema, cojonera a más no poder, a pesar de su permanente crispación, su gesto hosco hosco y adusto, su semblante avinagrado de eterno cabreo, su pertinaz manía de ser tocapelotas, su obsesión por provocar y chinchar permanentemente a los españoles atacando continuamente sus valores y tradiciones, en el fondo también tiene su corazoncito, sus pecadillos, y de vez en cuando hacen concesiones a la casta.

Además, en estos días repetirán hasta la saciedad aquello de que la hispanidad fue un genocidio, cuando todo mundo sabe que la causa de la mortandad de los indígenas precolombinos fueron las epidemias que provocaron los españoles, llevando allí unos virus para los que los indios no tenían defensas. Nada que ver con los horribles holocaustos provocados por el bolchevismo a lo largo de su sangrienta historia, donde sus víctimas -entre gulags, persecuciones, purgas y matanzas- se cuentan por millones.

Es realmente grotesco que esta carretada de antisistemas pretendan gobernar un país al que no aman, del que reniegan, pero es todavía más obnubilante que les voten el 20% de los españoles. Entre sus muchas fobias, figura en lugar de honor -desde su malhadado surgimiento- la hispanofobia.

Es realmente tragicómico que hayamos vivido toda una Transición para que el profeta salvaEspaña acabe poseído por el síndrome de Estocolmo, que le ha convertido en Pablolux, el lucero del alba, solidaria luciérnaga de montes y riberas… en la nueva lucecita del Pardo.

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