Santiago López Castillo

Paliza «edificante»

Paliza "edificante"
Santiago López Castillo. PD

Sólo ocurre en España. Toque usted el uniforme de un miembro de la seguridad del Estado de éste o aquél país y se le ha caído el pelo. Aquí no. Aquí invita la casa. O sea, la metástasis etarra que es cancerígena e hija de puta. La paliza a dos guardias civiles -fuera de servicio- en Alsasua (Navarra) es un hecho delictivo más contra los que velan por el (supuesto) orden establecido y, en consecuencia, por nuestras vidas. Los abertzales llaman a esto una «pelea», como si fuera de gallos, que está prohibida, por cierto. ¿Y los centenares de muertos del cuerpo armado que en los «tiempos del plomo» sus familiares no les podían dar cristiana sepultura? Novecientos muertos por ETA nos contemplan.

No se me va de mi retina aquella portada de «ABC» en la que Mingote mostraba a un guardia civil sacando a hombros a un vasco con chapela a consecuencia de una riada que trajo en jaque a la población vascongada. Nada. En el caso que nos ocupa, los agentes de la autoridad, que se vayan, que se vayan, sacaran del infierno del agua y la nieve a unos etarras, los mismos que, en agradecimiento, propinaron una «ejemplar» paliza a dos miembros del Instituto armado con sus respectivas parejas. ¿Dónde están las plañideras feministas que sólo se preocupan de las putas y las lesbianas? El silencio, o sea, el miedo, es la respuesta al terror que siegue imperando en Euskadi. ZP nos trajo las diez plagas de Egipto y muchas más. Tanto que los asesinos o cómplices, me da igual, se mofan de las víctimas y ocupan escaños públicos y otras mamandurrias por extorsionar y meterte un tiro en la nuca. Fui un amenazado de la banda -episodio que lamentablemente he referido en otros comentarios- y bien lo sabe el servicio de seguridad de Torrespaña (TVE) y mi propia angustia revisando día a día los bajos de mi coche en el garage.

Pero aquí no pasa nada. El campo sigue estando expedito para los asesinos. No voy al País Vasco desde que Marcelino Oreja fue delegado, mi amigo, y cuando Euskal Telebista me invitó a un debate en defensa de los animales. Tengo que decir, por otro lado, que un guardia civil -un simple número, psicópata por más señas- me hizo abandonar mi casa rústica en un pueblo de Guadalajara que inaugurara mi inolvidable Cela y ni los buenos oficios del general Gómez de Salazar, que fue director de la Guardia Civil, le hicieron desistir al loco de la colina cuyo relato publico en mi última novela «El cuerno del tricornio» . Pero un garbanzo no estropea un cocido. Hoy, el elemento crepita en los infiernos.

Concluyo diciendo que, salvo excepciones, los medios de comunicación no han aireado lo suficiente el terrible atentado sufrido por los heroicos guardias civiles y sus respectivas esposas. Y lo peor, el silencio de los cobardes navarros que es superior al de los blancos corderos.

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