Esther Esteban

Los fascistas cazan en la Universidad

Los fascistas cazan en la Universidad
Esther Esteban. PD

Estudié periodismo en la Universidad Complutense y Psicología en Autónoma de Madrid en los primeros años de la Transición, cuando el país todavía tenía el miedo metido en el cuerpo, tras la muerte del dictador.

En las asambleas de estudiantes, que entonces eran multitudinarias, había de todo: comunistas, troskistas, maoístas, socialistas, Democristianos, liberales y representantes de un amplio abanico de ideologías, que teníamos como denominador común el ansia de democracia y libertad.

Lo único que temíamos -además de las cargas policiales de los «grises», que eran muy habituales entonces- era que aparecieran los franquistas, jóvenes fascistas que entonces mayoritariamente militaban en un movimiento denominado «guerrilleros de Cristo Rey», y solían venir de vez en cuando «a la caza» de los demócratas.

Venían con su correaje para la ocasión, la cara tapada, armados con cadenas a boicotear los actos políticos y las asambleas. Les llamábamos fascistas y poníamos las manos arriba en señal de no violencia, apelando al valor de la palabra, a la fuerza de la razón y repudiando la razón de la fuerza. Imponían su voluntad como matones, nos apaleaban y solían impedir a los conferenciantes -políticos de izquierdas en su mayoría- que hablaran. Boicoteaban los actos pensando que el miedo nos paralizaría, cuando exactamente provocaban el efecto contrario y su violencia nos reafirmaba nuestras convicciones de demócratas. «Democracia y libertad» gritábamos cuando esos mierdas nos pegaban.

De todo aquello han pasado muchos años y si de algo puede presumir mi generación es de tolerancia. Entendimos la Transición no como un borrón y cuenta nueva de todo lo que había pasado en este país, sino como una forma de mirar hacia adelante y poder conformar una sociedad que se empapara de la democracia y la libertad que nos había sido arrebatada por la dictadura.

Luchábamos contra la injusticia con vehemencia, nunca con violencia, pensando que el terreno que perdiéramos en términos de libertades, nos sería arrebatado para siempre y tardaríamos años en poder conseguirlo.

La universidad pública y el ambiente universitario que viví fue para mí no un paso necesario para obtener una licenciatura -eso, casi era lo de menos- sino una forma de vida y dignidad.

Fuimos delegados de curso, activistas clandestinos, culturalmente hiperactivos y políticamente militantes, cuando ser eso suponía correr riesgos de ser agredidos por esos fascistas o ir a la cárcel por defender unas ideas que los de la «cara tapada» creían peligrosas, por revolucionarias.

Pensé que esas imágenes de persecución ideológica en el templo de la sabiduría, el respeto al diferente y la tolerancia, no se volverían a repetir en una universidad española ya con una democracia consolidada, pero me equivoqué.

El otro día me dio la sensación de estar en una especie de túnel del tiempo cuando vi a los de la «cara tapada» impedir que Felipe González participara en una charla coloquio en la Universidad Autónoma. Dicen que esa nueva muestra de la intolerancia la provocaron grupos antisistema que instrumentalizan la Universidad para convertirla en un altavoz de su ignorancia y fanatismo pero que son otras las manos que mecen la cuna.

Yo no tengo razones ni pruebas para pensar que es el partido de Pablo Iglesias quien se mueve entre bambalinas de estos escraches y crítico a quienes señalan con el dedo a Podemos con ligereza.

Lo que sí lamento es que esos dirigentes de la formación morada, muchos de ellos profesores universitarios, sean tan remolones a la hora de salir ante la opinión pública repudiando que estos atentados contra la libertad de expresión y la democracia se produzcan en las aulas.

No es la primera vez ni será la última que un ex presidente del Gobierno u otros políticos son objeto de abucheo y escarnio en un campus universitario y no debemos rasgarnos las vestiduras por eso, les va en el sueldo y deben aguantar estoicamente el chaparrón, pero de ahí a boicotear el acto e impedir que se celebre la conferencia, va un abismo. Vimos a una jauría de fieras, agazapadas en la manada gritar «Felipe González estás manchado de sangre» o «asesinos no sois bienvenidos». Vimos la ira y el odio de los cobardes de la caretas aporreando las puertas y arrasando lo que se iban encontrando y solo vimos la reacción inmediata de repulsa de algunos partidos políticos y Podemos nos estaba ente ellos. De ahí las sospechas .

«Desconfíe de los consejos de aquellos que tienen manchado su pasado de cal viva», le había advertido Pablo Iglesias a Pedro Sánchez en el parlamento y algo parecido se podía leer en algunas de las pancartas del boicot. Eso unido a que Podemos ha decidido endurecer su discurso y volver a la presión de la calle ha sido suficiente para que algunos vieran su sombra tras el acto vandálico. Pablo Iglesias dijo después que no compartía esa forma de protesta pero añadió que «es saludable que los estudiantes tengan la suficiente memoria como para protestar y decir que no es bonito que en un centro universitario intervenga quien saca pecho por el terrorismo de estado». Le faltó insistir también en que esa memoria de los estudiantes sirva para recordar a los que lucharon por la libertad y contra el fascismo y uno de ellos fue precisamente Felipe González. ¡Maldita desmemoria!

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