Santiago López Castillo

A un desalmado que abandonó a su perro

A un desalmado que abandonó a su perro
Santiago López Castillo. PD

No acabo de entender cómo se puede seguir abandonando a tu perro y no se les cae la cara de vergüenza o, lo que es peor, el alma a trozos. Aún no cesan de resbalárseme las lágrimas por la desaparición de mi perro «Niebla» de muerte natural y todavía le veo latiendo en mis paseos por la montaña y hopeando el rabo de cariño cuando llego a la cancela del jardín. Se me hacen dos profundas torrenteras en los cuencos de los ojos y eso que ya han transcurrido tres meses desde que nos separamos contra nuestra voluntad.

En esas que me llega por la red el abandono de un perro por parte de un hijo de puta en Michigan (EE. UU), qué importa el lugar. Los he visto vagar sin rumbo fijo, desorientados, en busca de sus dueños, palabra que detesto pero que hay que apropiarla a estos maltratadores que, canallas, nunca supieron calibrar el amor eterno y desinteresado, a cambio de nada, de nuestros mejores amigos. Y los he acogido en adopción mientras algunos refugios de animales, en cambio, utilizan el desamparo para hacerse publicidad y lograr subvenciones, hechos que viví en mi último programa de TVE «En Verde» a favor de la Naturaleza con todas las letras.

Pero a lo que iba. El can abandonado en el bosque de Allegan dejó sus patas y su vida a la carrera por buscar a su miserable dueño. Y, como en un cuento de hadas, apareció el hada de Disney que era una familia que comprendió que todos somos hijos de Dios. ¿Y lo perros van al cielo?, preguntaron unos niños a un bufón supuesto sacerdote llamado Apeles, que en mala hora estés, degustador de carne femenina más apetitosa que la de las fieras. Una niña, Laisa, amante -aun en foto- de mi inolvidable golden «Niebla», para el libro que pronto verá la luz, me dejó en mi anaquel de los recuerdos lo siguiente: «Si sigues pensando en él, y nunca le olvidarás, es que continúa vivo por los siglos de los siglos». Hoy, el perro objeto de estas líneas, recogido por «Campanilla» o estrella del amor de una familia norteamericana, es feliz, dulce y amoroso. «Adora a mis niños, sobre todo a mi hijo y juega con mis otros perros». «Lo malo -se lamenta su amiga de acogida- es que mi marido no cogiera la matrícula del coche que lo abandonó» para denunciarle. Hasta concluir:

«- Eres una auténtica escoria, y algún día pagarás por lo que has hecho».

No estoy de acuerdo con el refrán que argüía mi santa madre: «El mayor desprecio es no hacer aprecio». No y mil veces no. Estos energúmenos deberían permanecer de por vida en la cárcel. «¿Cómo no vamos a ir a una terceras elecciones si seguimos ladrando y sin collar…?», arguye mi amigo y vecino Javier Sobejano, que es un cachondo del alma noble, nobilísima y quien me puso en el disparadero de estas dolorosas líneas.

Va por ti, queridísimo «Niebla». Siempre en el recuerdo.

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