A la alcaldesa de Berga no la han detenido ni por sus ideas ni por sus sentimientos; ni por su acción política, aunque vaya claramente contra los más elementales principios constitucionales.
La han detenido por desobedecer, y la llamaron a declarar por haber usurpado el espacio público para exhibir una opinión particular.
Por mucho que el independentismo crea, parafraseando a Franco, que los catalanes somos una unidad de destino en lo nacional, la bandera «estelada» no expresa una identidad sino una preferencia -perfectamente válida, pero preferencia- como es la independencia de Cataluña.
Los totalitarismos son especialistas en conculcar los derechos de los demás en nombre de su ideología, que intentan hacer pasar como verdad absoluta, como una suerte de ley moral paralela a la Ley -y a la que conceden más legitimidad- tal como por cierto hace la Cosa Nostra, con sus correspondientes sicarios.
Además, colgar y no descolgar una «estelada» es una manera especialmente barata y demagógica de desobedecer, un gesto estéril que a nadie beneficia y que sólo busca el lucimiento de la confrontación. Y no acudir a la llamada de la Justicia es incompatible con pretender ostentar cualquier cargo público, tanto en la improbable república catalana como en España.
Hasta el independentista más recalcitrante tendría que reflexionar sobre si de verdad le hace algún favor a Cataluña poniéndola en manos de descerebrados como la CUP. No me sorprendería lo más mínimo que dentro de algunos años supiéramos que estos bárbaros fueron un invento desestabilizador del CNI.
Es extraordinariamente cínico que el gobierno de la Generalitat, formado por Esquerra y Convergència, exprese su apoyo a la alcaldesa detenida, primero porque los Mossos, que son los que han efectuado la operación, dependen de ellos, y segundo porque si el cumplimiento de la ley fuera opcional la nación que tanto reclama ser la parte catalanista de Cataluña no pasaría de tribu.
