Santiago López Castillo

Los perros tiran de la cadena

Los perros tiran de la cadena
Santiago López Castillo. PD

El fanatismo es con sustancial con la ceguera. Ya lo dice el refrán: el que no comprende es igual que el que no ve. Un ciudadano madrileño fue asesinado hace un año porque su perro defecó y no recogió la caca. Un moro, sí, un moro, de nombre por Alá llamado Rachid le asestó varias puñaladas hasta dejarlo muerto. Digo moro porque, como animalista que soy y especialmente amante de los perros , vengo observando el odio de los magrebíes a nuestros amigos de compañía. Sólo aprecian a estos dos animales: el burro, para la carga, y el cordero para sacrificarlo.

Soy testigo en el entorno de la sierra de Madrid donde vivo, lleno de etnias y las plazas con pieles morenas de antaño por el laboro han sido sustituidas por teces oscuras sin oficio ni beneficio, atentas al «camello» que tiene dos gibas: la que expende y la que cobra. Mas prosigo. Jugaban unos moritos en la calle y como quiera que una mujer había dejado en la calle a su perrito para comprar en un comercio, les dije a los niños marroquíes que le acribillaban a balonazos:

-«Hay que amar a los animales…»
A lo que me respondieron los mal nacidos:
– «Incluidos los cerdos».
– «Sí. Y también los corderos», concluí el breve parlamento.

No es bueno echar leña al fuego. No conduce a otra cosa que al enfrentamiento, la contienda. Pero ya se sabe que en esta España doliente e ignorante los foráneos son mejor recibidos que los de adentro. Y siguen las pateras, los abrazos con botas puestas, las exigencias. Me parece mal, por otro lado, que el dueño asesinado no llevara una bolsita para recoger los excrementos de su fiel amigo. Pero de eso a que un arma blanca le cosiera el estómago sin piedad va un abismo.

A mi perro «Niebla», el golden más bello de la creación, que lleva muerto y sepultado en el jardín cinco meses, le echo un padre nuestro todos los días, era de tal respeto y urbanidad que nunca hizo sus necesidades en casa, ni en el jardín, sólo cuando caminábamos a lo lejos por el campo a través. Los que vomitan, se peen y se cagan son esos hijos del botellón y su puta madre. Los perros siempre intentan enterrar sus heces mediante sus patas traseras. Ya quisiera yo ver esos servicios, dígase retretes, que es palabra culta castellana, con que nos encontramos por las carreteras en las estaciones de servicio.

Pero estamos ante el odio cegato que emana de la política. Leña al mono que es de goma. Me alivia -con motivo de la festividad de los Santos Inocentes- rezar una oración a pachas con mis otros seres queridos, mis santos padres, porque ellos todos viven en gracia de Dios. Los perros también van al cielo.

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