Una cosa que hay que reconocer a la banda podemita es su capacidad para envolver su populismo en metáforas, frases cortas aureoladas de guiños literarios romanticoides que puedan propagarse viralmente por el tuiterio aborregado, trufadas de consignas y soflamas con las que encandilar al personal, bajo el espíritu de aquel «A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo».
Al principio eran metáforas de resabios celestiales y paradisiacos, como aquel famoso y escatologico «asaltar los cielos»; luego patentaron otras claramente cursis, como esa que afirmaba que eran «la sonrisa de la gente», sonrisa a la que también recurrieron al hablar sobre «la sonrisa del destino». Se ve que la sonrisa era el arma para asaltar los cielos, especialmente los de invierno, aunque su puño eternamente alzado y cerrado no parecía apuntar al amable horizonte de las sonrisas.
Junto a esta cursilería celestial, también hubo metáforas –sería mejor llamarlas «greguerias»– que tenían marchamo de siderurgia fabril, como aquella que patentó el Monedero, cuando hablaba de que Podemos era una «máquina del amor». Siderúrgica, pero romántica al fin y al cabo, no me digan. Y es que, normalmente, de la sonrisa se pasa al amor.
El siguiente paso hubiera sido afirmar que Podemos era «una máquina de sonrisas», metáfora híbrida entre el sudor proletario y el rosicler romántico. Pero, amigos míos, la metáfora final podemita ha embarrancado ominosamente en los pantanos de la democracia, conservando su tecnología proletaria, cierto, pero perdiendo por completo cualquier aire celestial o romántico, ya que ahora hablan de «la máquina del fango». O sea, que de la sonrisa meliflua hemos pasado a la viscosidad putrefacta del fango. Sic transit gloria mundi.
Pues la gregueria perfecta, dadas las salidas del armario de algunos de sus especuladores miembros, podría ser: «Somos la sonrisa del fango».
Se proclamaron ruiseñores de una nueva alborada de la «gente»; dijeron que eran los pastores que nos iban a llevar a una bienaventurada Arcadia, entre apoteosis de arco-iris, farolillos, guirnaldas y lluvia de rosas; venían con su Mesias al frente, del que decían que podía sacar agua de las rocas con su varita mágica; prometieron cornucopias, Jaujas espectaculares donde bastaría chasquear los dedos para tener el pesebre asegurado a costa de machacar a los poderosos…
Se presentaron como profetas y heraldos de paraísos de leche y miel, como ninjas que guerrearían ferozmente por la gente, como puras hermanitas de la caridad aureoladas por excelsas filantropías, al margen de corruptelas y mafioserias.
Y, ¿qué tenemos ahora? Toda esa parafernalia mesiánica se les ha ido por el sumidero de escandalosas operaciones black, de malolientes cloacas inmobiliarias, de apestosas corrupciones en infectos vertederos… Querían asaltar los cielos, y se han convertido en una escombrera cósmica, en un escorial castocratico, en una lumpen máquina de fango.
De Arcadia a Fangolandia: sic transit gloria mundi.
Fangolandia, patria de sombríos pantanos, reino de ciénagas, mundo embarrado, planeta de estercoleros nauseabundos, de hediondas corrupciones.
Fangolandia, nación de fango, de cieno pegajoso, territorio de lodazales donde alimañosas criaturas establecen sus amedrentadores imperios.
Tierra de tiburones inmobiliarios, de mentirosos compulsivos, de predicadores hipócritas, de defraudadores encastados, de sepulcros blanqueados, dirigidos por un Kraken con coleta…
Fangolandia, tierra de Cayos Largos, Florida de Bogarts de pacotilla, que dicen a sus súbditos aquello de: «Roba otra vez, Sam».
Dominio de caimanes, que chapotean entre el fango para devorar a la «gente» mientras fingen dormir en la orilla del antisistema; caimanes que se llevan a sus Barranquillas potosies y prebendas, como insectos gigantescos arrastrando sus bolas sabiamente estercoladas.
Ahí se ven las boas constrictoras, con sus lenguas viperinas proclamando quinceemes de saldo, emponzoñando a unas masas aborregadas a las que usan como carne de cañón para trepar a las jugosas poltronas del poder, mientras les aprietan el cuello sin que se den cuenta.
Fangolandia, patria podemita, inventora de una insaciable máquina choricera, que drena toda la abominable cohorte de alimañas de las selvas bolivarianas para infectar nuestros solares, antaño imperiales.
Fangolandia, que asusta con el yuyuyuy de sibilantes corruptos y matones agorilados que amenazan a los que ellos no consideran su «gente»; con el viscoso cieno donde los antaño ruiseñores podemitas han dejado ver su verdadera naturaleza de cuervos, de vampiros chupasangre, de despiadados sacamantecas, de bestias negras, con un Kraken al frente que, cual goyesco Saturno, devorará a su «gente».
Querían asaltar los cielos, y ahora las corruptelas les han llevado a chapotear en cienos viscosos, a bracear desesperadamente en pantanosos dominios, con el fango hasta el cuello, con la sonrisa perdida mientras intentar evitar que las arenas movedizas succionen sus maquinitas rosicler.
Querían asaltar los cielos, y han terminado asaltando los cienos, debatiéndose en el fango. Sic transit gloria mundi.