Vivimos en una sociedad que, justificando los vicios y defectos, desprecia las virtudes
¿Qué hacía una niña de 12 años en un botellón a las 11 de la noche? Y ¿qué hacían sus padres? Y, por último ¿Qué hace una sociedad que es incapaz de articular los mecanismos necesarios para evitar que una de sus niñas mueran de coma etílico?
Son los expertos los que deberían contestar a estas preguntas. Sociólogos, Psicólogos, Médicos, Pediatras y Psiquiatras entre otros, se supone que podrían contestar a estas preguntas. Pero uno pone en duda que estas preguntas que las gentes del común nos hacemos, puedan ni siquiera planteárselas los expertos enfangados en lo políticamente correcto, en la tolerancia hasta la náusea, en el relativismo y en la permisividad.
El que una niña de 12 años haya muerto por coma etílico debería ser cabecera de todos los medios de comunicación. Una muerte, a todas luces evitable, se podría haber evitado si esta sociedad se preocupara por sus niños, pero esta sociedad por lo que menos se preocupa es por sus niños. A lo más que llega en su preocupación es a que los niños molesten lo menos posible. Esa niña ya no verá más el sol, ni sentirá la frescura reconfortante de la lluvia, ni podrá crearse un proyecto de vida, ni amar ni ser amada, ni sentir el perfume de las flores en primavera, ni mirar absorta una noche estrellada, ni contemplar la belleza del arco iris, ni viajar, ni formarse, ni conocer todo lo que una vida ofrece a una niña que tiene toda esa vida por delante. No, no podrá porque su vida ha sido cercenada, arrancada de raíz por la estupidez, por la comodidad, por la huida de la responsabilidad de una sociedad que permite, en aras de una libertad mal entendida y peor aplicada, que niños y niñas que deberían comportarse como niños y niñas, se comporten como adultos sin serlo. Y es curioso que mientras esto sucede se hacen manifestaciones para que la reválida desaparezca vaya a ser que nuestros niños y jóvenes se hernien en el esfuerzo, y no puedan acudir el fin de semana a esos botellones, Se aprueban leyes para permitir cada dos meses de colegio, una semana de vacaciones vaya a ser que nuestros niños terminen traumatizados por tanto esfuerzo. Se pide a gritos que se eliminen los deberes para que nuestros niños y niñas se enfanguen aún más en las consolas de juegos, en la navegación por el proceloso mar de Internet y en la entrega estúpida e idiotizadora a los móviles. Queremos que nuestros niños y jóvenes se hagan pronto adultos y para ello les robamos su niñez. Y como no nos sentimos bien por ello, les damos permisividad, les toleramos lo no tolerable y le suministramos dosis elevadas de una libertad que no es tal, pues la libertad debe estar acompañada de responsabilidad, una responsabilidad que no se les puede pedir a sus años y que debería ser afrontada por los padres, unos padres que, en muchos casos, presentaron su dimisión hace mucho tiempo. Y pasa, además, que a esos pocos padres responsables que aún quedan y quieren ejercer como tales, les han quitado la autoridad y la patria potestad y saben que una reprimenda, un ¡No! rotundo a no dejar salir a sus niños y ¡no digamos! un cachete, puede llevarlos ante un juez el cual puede hacer que les caiga la mundial. De los educadores no hablemos, les han robado toda autoridad frente a los escolares y estos, que bien lo saben y no son tontos, se aprovechan. Hoy, un maestro que quiere ejercer como tal en todos los aspectos, puede verse involucrado en una papeleta de aúpa si un alumno le hace frente.
¿Qué hacía una niña de 12 años a las 11 de la noche en un botellón? ¿qué hacían sus padres durante ese tiempo? ¿Qué hace esta sociedad para evitar que una niña muera ahogada en alcohol? Doctores tiene la Iglesia. Lo único cierto es que no existe ninguna excusa para justificar una muerte inútil de una niña que, teniendo toda la vida por delante, se la han arrebatado las costumbres sociales de una sociedad que presume de haber alcanzado el mayor grado de progreso de la historia de la humanidad.
Ahora sí, estoy seguro: ahora el ayuntamiento de San Martín de la Vega decretará un día de luto. Y el próximo fin de semana veremos el mismo botellón en el mismo sitio y a la misma hora, con los mismos niños y niñas en el ejercicio de «su libertad», con los mismos padres dimitidos en su responsabilidad de tales, y con la misma sociedad permisiva, laxa y acomodaticia. Es el progreso.
Manuel del Rosal