La diferencia es abismal. No es que la política española carezca de pasión o incertidumbre. Llevamos meses con el alma en vilo y raro es el día en que no nos deleiten con algún rifirrafe, pero aquí todo está tasado. Hasta lo debates televisivos, en los que pactan hasta no hacerse daño.
En España, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, la pugna política se desarrolla bajo el caparazón agobiante de los partidos y eso tiene sus ventajas y sus indudables inconvenientes.
Aquí, por ejemplo, un fenómeno como el de Donald Trump es impensable. Puede llegar a la presidencia del Gobierno un tipo capaz de decir sin sonrojarse que ‘España es un concepto discutido y discutible’ o convertirse en senador azote de la casta explotadora un caradura que hizo sus pinitos especulando con la vivienda de protección oficial, pero son fiebres pasajeras.
Sin el patronazgo del sanedrín o contra la voluntad del secretario de organización de turno, no se hace carrera. Hay que agradar para entrar en las listas y eso obliga al personal a limar aristas, extremar la prudencia y recitar el catecismo del partido.
No voy a ahondar en el grado de impredecibilidad que, en contraste con la española, tiene la política norteamericana.
Tampoco voy a aprovechar para despotricar contra el populismo y la pérfida costumbre de ofrecer soluciones simples a problemas complejos, aderezando la majadería con un metódico bombardeo mediático a la población, con el mensaje de que todo está mal y todos son muy malos.
Hoy toca romper una lanza por EEUU. Soy consciente de que es ir contra corriente, porque aquí abundan los convencidos de que la primera potencia mundial es esencialmente opresora y de que los norteamericanos son una panda de ricos analfabetos, fascinados por las armas de fuego y fanáticos de la pena de muerte, a quienes podría gobernar Micky Mouse.
Seamos serios. EEUU es el país de ha enviado hombres a la Luna, el de los 270 Premios Nobel, el de universidades como Yale, Harvard, Stanford o Columbia, el que produce genios como Spielberg o Gates, el que inventa el iPhone y la hamburguesa, el del rock and roll y la NBA, y el que cruzó dos veces el Atlántico en el siglo pasado y sacrificó cientos de miles de vidas para ayudar a los europeos a escapar de la barbarie. Al que volvemos acongojados los ojos, cuando vemos amenazada nuestra libertad y no sabemos como hacer frente a un horror como el terrorismo islámico.
ALFONSO ROJO