Hace ya más de medio siglo, en un enero de 1961, el nuevo presidente de Estados Unidos, John Ftiszgerald Kennedy, pronunció un hermoso discurso donde deslizó alguna de las frases que luego serían repetidas y quedarían para la posteridad.
Una de ellas fue: «No te preguntes que puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tu país».
Ni a Hillay Clinton, ni mucho menos a Donald Trump, ni a ningún político coetáneo de Occidente, se le ocurriría pronunciar esta frase, porque los votantes saldrían corriendo asustados.
Cualquier apelación al esfuerzo, al sacrificio, a la responsabilidad individual, es un método seguro para perder unas elecciones. Y, al contrario, cualquier referencia a que los fracasos individuales son culpa de fuerzas oscuras que el candidato va a destruir, reciben el beneplácito de la inmensa mayoría.
Una mayoría que ya funcionó así frente al Brexit, en el Reino Unido, porque les dijeron que todas sus inhabilidades y torpezas y limitaciones eran culpa de la perversa Europa.
Bastaba salirse de la Unión Europea para que, al día siguiente, el torpe contador de chistes malos se convirtiera en un admirado humorista, el mal estudiante en un tipo lleno de recompensas académicas, y la chica sin éxito en las relaciones amorosas en una especie de vampiresa elegante.
¿Y esas mentiras tan burdas funcionan? Funcionan cada vez más. El nacionalismo secesionista tiene ahí una base amplia y firme sobre la que asienta un discurso donde todos los demás roban, engañan, estafan, vagan y esconden el hombro, en perjuicio de los valerosos, trabajadores e inteligentes secesionistas, víctimas de un engaño secular.
Ya no hace falta repetir mil veces una mentira para que se convierta en verdad, como aconsejaba Goebbels, es suficiente con que la mentira halague la vanidad del espectador y le lleve al convencimiento de que todos sus fracasos han caído sobre él por culpa de esos enemigos, reales o inventados, que se ceban en los incautos. Y nadie quiere ser incauto.
Entre una verdad desagradable y una bella mentira pocos dudan al elegir. Detroit seguirá siendo una ruina. El esplendor volverá a aquél que se espabile y se busque el trabajo, la vida y la fortuna. Pero toda mentira cuenta ahora con la complicidad de los que desean ser engañados. Son otros tiempos.