A ti, lector que te alegras de la victoria de Trump sólo porque fastidia a los progres, es probable que ya te haya costado dinero.
Los bancos y las energéticas españolas, las grandes depositarias de las inversiones de la clase media, perdieron el miércoles hasta casi un diez por ciento; si tienes acciones, piensa cuánto tiempo cuesta levantar eso.
Pero no te engañes, que no se trata de una cuestión económica sino de principios, de ideas.
Trump no es un liberal ni un conservador al modo europeo; tampoco un hombre de creencias respetuosas ni de reglas morales serias. Poco tiene que ver con los conceptos que estás acostumbrado a asociar con el pensamiento de la derecha.
En realidad, con ninguna clase de pensamiento ni de ideología, ni siquiera con doctrinas políticas de una cierta coherencia. Es un aventurero, un pancista, un vividor; un simple demagogo oportunista que representa todo aquello que en el fondo detestas.
El nuevo presidente es un populista puro, un fruto de la antipolítica. Tómate en serio esto del populismo porque nos va a doler la cabeza.
Son tipos que aprovechan la crisis de las instituciones para predicar el apocalipsis con arengas de falsos profetas.
Surgen de la televisión, de la banal civilización del espectáculo, para proyectarse ante una sociedad cansada como redentores del derrotismo, como mesías de un nuevo orden a construir sobre las cenizas del viejo.
Sus promesas son falsas, sus recetas impracticables, y sus expeditivas soluciones sólo sirven para agravar los problemas. Los reconocerás, al margen del color con que vengan pintados, porque todo les parece fácil de arreglar, sea echando a los inmigrantes o abriéndoles los brazos, subiendo los impuestos o bajándolos.
Predicadores de verbo fácil e incendiario, flautistas del Hamelin de la desesperanza, patriotas sobreactuados. Ambiciosos ventajistas que entrevén en el hastío social la oportunidad de tomar el poder por asalto.
Tú que votas al PP deberías pararte a pensar que Trump es todo lo contrario de un Rajoy: inmoderado, estruendoso, impaciente, faltón, charlatán. De hecho el Gobierno español está inquieto con su victoria: teme que el rebote populista no sólo dé alas a Podemos sino que contamine sus propias filas.
Los marianistas recelan del aislacionismo antieuropeo, del auge proteccionista, de la fatwa contra las élites: todo eso en lo que coinciden, desde su aparente bipolaridad, todos los extremistas.
El radicalismo no es una ideología sino un carácter, una patología emocional de la política que afecta por igual a todos los exaltados. A los sectarios, a los intransigentes, a los iluminados. A los que consideran enemigo a quien no participa de sus excluyentes convicciones de fanáticos.
Por eso antes de regocijarte con Trump recuerda que existe Podemos. Y que no hay nada más parecido a un populismo de izquierdas que un populismo de derechas. Y viceversa.