Como no soy un corporativo al uso, más bien en desuso, me pongo manos a la obra de las cuartillas nevadas para hacer una autocrítica de nuestra bendita profesión. Siento una infinita pena al ver el seguidismo de muchos colegas ante los acontecimientos de fuste tanto a nivel patrio como internacional. Tomo como ejemplos las ateridas elecciones españolas y las recientes de Estados Unidos. En mis tiempos, de joven periodista, estos sesgos informativos se denominaban periodismo de cejas altas (opinión rigurosa) o de cejas bajas, amarillismo sensacionalista, vamos, de baja estofa.
Estamos, desgraciadamente, en esta segunda fase. Vender al precio que sea. Y algo sé de ello al haber estado más de treinta años en TVE con cargos de máxima responsabilidad. Hoy se lleva ir contra la corriente y de forma especial a los mandamases, más que al mandante, aunque también, depende de quién sea. La leña que se le ha dado a Rajoy al igual que a Trump es de aurora boreal. A por ellos, que son de goma. El español se ha llevado epítetos como «vago», «inoperante», «despreocupado» y hasta «gallego» cual es su origen natural. Nadie -y me refiero a los críticos, esos cantamañanas, cantatardes y cantanoches que se pasean por las emisoras, bien sean radiofónicas o televisivas- ha hecho un análisis serio, riguroso, de la gestión del jefe del Gobierno español y sí dejándose llevar -los periodistas, me refiero- del extremismo sectario y comunista de Podemos. O sea, la 4, la 5 y la 6, mambo. Van en pandilla y en casos concretos en pareja como la Guardia Civil pero apuntando, cosa que jamás hace la institución armada salvo para defenderse, ni aún así.
Con el electo Donald Trump, más o menos, o mucho más. Tildado de todo, el nuevo presidente de Estados Unidos ha sido puesto de chupa de dómine y lo que te rondaré, moreno, bueno teñido de agua oxigenada. Los hostigadores, que, generalmente, no saben juntar dos palabras, hablan porque tienen boca pero no saben juntar cuatro palabras y menos ciñéndose a la gramatical norma de sujeto, verbo y predicado. Esta deriva, permítaseme el ejemplo, obedece a que si no te metes contra el Madrid no eres nadie en la crítica deportiva. Uno de estos sectarios es un colega que hizo de su fervor futbolístico su patria política. El que implantó el vale todo, a por ellos, que los arrollo y en especial por la derecha.
Ya de chaval leía el «Marca», que era muy crítico con el campeón de Europa. Pero eran firmas tan respetables como la de Antonio Valencia, quien, a su antimadridismo, unía su poso intelectual como cronista literario, y daba gusto leerlo. Eran otras plumas y no las descarriadas y que cada uno haga con su sexo lo que le venga en gana.