Laureano Benítez Grande-Caballero

Las cavernas del «Sursum Corda»

Las cavernas del «Sursum Corda»
Laureano Benítez Grande-Caballero. PD

Una de las tendencias más ancestrales del ser humano es evadir la responsabilidad de sus errores, echando la culpa a terceros, a instancias superiores, o a un perverso destino que conspira en su contra, revistiendo así a sus equivocaciones de un aura de tragedia griega, como metafóricamente explica la frase de que «los ciegos le echan la culpa al empedrado». Es como decía el mítico don Juan Tenorio: «Clamé al cielo, y no me oyó,/ y, puesto que sus puertas me cierra,/ de mis pasos en la Tierra/ responda el cielo, no yo».

Y es en España donde esta tendencia a buscar «cabezas de turco» y empedrados adquieren un paroxismo espeluznante, pues no en vano estamos en el país donde nadie dimite, donde todos deseamos ser paniaguados y apesebrados en los grandes establos del Gobierno, donde nuestro máximo objetivo es conseguir una ínsula funcionarial donde repantigarnos «ad secula saeculorum». Si, por alguna conjura del destino o de nuestros enemigos vemos amenazado nuestro pesebre por alguna corruptela o alguna ineptitud, nos revolvemos enseguida como jabalíes heridos, y empezamos a acusar de nuestro error a diestra y siniestra, incluido el «Sursum Corda».

El nido de donde surgen los conspiradores que atentan contra nosotros, los cenáculos sibilinos que conjuran contra nuestros propósitos, las madrigueras de las que salen desencadenados nuestros enemigos reciben en nuestra Patria un nombre metafórico bastante revelador, pues transmite un tufillo de ultramundo ligeramente azufrado, un toque jalouinesco y carbonero: «la caverna».
Este lugar subterráneo de donde salen los endriagos responsables de nuestros errores, los verdaderos culpables de nuestras meteduras de pata recibe además un calificativo unánime: «mediática». Y aquí tenemos otro invento patrio más que añadir a nuestras patentes: «la caverna mediática», donde una caterva de personaje siniestros se reúnen a la luz de oscilantes antorchas para ver cómo nos pueden fastidiar.

Es a estas cavernas a las que nuestros políticos cargan con el muerto de sus errores y sus mamarrachadas, de sus corruptelas y sus mafioserías. Y en este empeño destaca con luz propia la bancada podemita, obsesionada paranoicamente por un compló de los medios de comunicación que, dirigido siempre por «los poderosos», pretende socavar su imagen pública, tan «peligrosa» para castas y oligarquías.

Mira quién habla: los niños mimados de los medios de comunicación les acusan a su vez de urdir siniestras conspiraciones carbonarias contra ellos.
Dentro del mundo surrealista de «las cavernas del Sursum Corda» hay toda una antología del disparate, un muestrario de caraduras impresionantes, de personajes estrafalarios y grotescos que, al buscar cabezas de turco, caen en el mayor de los ridículos, y mueven, más que a la indignación, a la irrisión.

El señor Turrión declaró que, si no aplaudieron y saludaron al Rey, fue porque Rita Barberá «les daba asco». Y yo me pregunto, qué diablos tendrá que ver la velocidad con el tocino. Lo que querían realmente -es lo que desean siempre- era montar otro numerito, organizar otro espectáculo circense para salir en la foto, para copar titulares, para chupar cámara, y para eso nada mejor que ir en la dirección contraria del personal, armar escándalos un día sí y otro también.

La culpa del pisito del Espinar «black» no se debe a sus mañas mafiosas, sino que la tiene la mismísima presidenta de la comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes. Chapeau, maestro.

Según Pedrito, la culpa de su defenestración de la secretaría general del PSOE es de ¡Telefónica! Cosas veredes, amigo Sánchez…

Generalmente, el «Sursum Corda» se reviste para los radikales bajo la apariencia del IBEX 35, el monstruo de los anticapitalistas, el «coco» de los antisistema, el Leviatán de los radikales que en España son. En sus cavernas fangosas y lóbregas se incuban esos huevos de serpientes que después se enroscan en los cuellos de esos podemitas puros e inmaculados, que no han roto un plato en su vida; de esos salvaespañas que, por sus bienhechoras acciones en pro de la «gente», reciben las descargas furiosas de las alimañas del IBEX, las cuales, por cierto, también tienen su culpa en la derrota de Sánchez.

Otra caverna famosa tiene su sede en las islas Azores, donde un tripartito en el que estaba el ínclito Aznar inauguró la Tercera Guerra Mundial, hasta el punto de que cada vez que se produce una masacre talibanesca, los podemitas se apresuran a echarle la culpa a la caverna esa. Desde luego, son los responsables de la muerte del niño Aylan en una playa de Turquía, muerte que Patxi López atribuyó a… ¡Rajoy!

En algunas ocasiones, no hay ninguna caverna, sino que estos caraduras chupasangres echan balones fuera por sus errores diciendo que son simples bromas. Bromas «black», humor negro, pero chistes al fin y al cabo, ante los cuales el personal debería reírse, y no buscarle tres pies al gato. Por ejemplo, cuando el impresentable Zapata tuitero dice que sus chistes sobre judíos y víctimas del terrorismo eran simple humor negro, humor que también hay que entender en aquella frase con la que el Turrión dijo que azotaría hasta sangrar a una periodista contraria a él.
Otra variedad del «Sursum Corda» es la de decir que los errores y corruptelas son simples chiquilladas, cuya responsabilidad hay que achacar al acné adolescente. Tal fue el caso de Rita la quemaora, exonerada de su culpa por el obispo de Madrid diciendo que la pobre chica era todavía muy joven.

Y a mí me da por pensar que el inventor de las cavernas fue el mismísimo Franco, con su caverna judeomasónica. Luego, en la Transición, adquirió su máximo esplendor la «caverna de Alí-Babá y los 40 ladrones», y ahora estamos ante un zulo de otras características, pues la caverna de la que han salido los radikales antisistema no es ninguna broma, ya que limita peligrosamente con el inframundo.
Y, desde luego, allí no hay -ni de lejos- ningún «Sursum Corda», sino otro personaje, que, por cierto, sí que tiene la culpa de todo lo que nos pasa.

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