Víctor de la Serna

Corrupción, encanallamiento y muerte en nuestra política

Corrupción, encanallamiento y muerte en nuestra política
Víctor de la Serna. PD

La triste muerte de una Rita Barberá abandonada por todos, expulsada por los que eran sus amigos y compañeros, basureada a diario en esos programas de televisión que -en dura pugna con las barbaridades de Facebook- se han convertido en la fuente de información y post-verdad de una mayoría de los españoles, viene a convertirse en el símbolo trágico de esta era descoyuntada en la que se suman los círculos viciosos sin apariencia de solución: hay corrupción política, hay inacción de los partidos, hay abúlica pasividad o actividad a cámara lenta de la Justicia, hay medios informativos de nuevo cuño que venden escándalo y sal gorda a base de crucificar a los sospechosos -sobre todo si son de derechas-, hay partidos que para hacerse perdonar esa inacción primigenia (o para hasta cierto punto compensarla) aceptan hacer el juego a esos medios -siempre audiovisuales- y de paso ganar algo de bienvenida visibilidad participando en los mismos programas en los que se lapida a sus compañeros, y esos partidos, o al menos el Partido Popular, acaba de encanallarse expulsando a Barberá, cuya situación judicial no pasaba de investigada. Y Barberá, perseguida por cámaras y micrófonos, tildada de indigna por las Cortes valencianas, acaba muriendo de un infarto en un hotel.

Claro que ha habido corrupción en el PP de Valencia, claro que gran parte de ella tuvo que gozar, si no de la connivencia, sí de la tolerancia, o de la vista gorda, de Barberá. Pero ni más ni menos que la corrupción en el PP nacional bajo Rajoy, y no digamos en el PSOE andaluz bajo varios responsables, éstos sí que procesados ya. ¿Ha sido la condición de mujer la que ha hecho a Barberá más vulnerable que otros muchos políticos? ¿Qué pensar del sustrato ético del gran partido liberal-conservador, en su versión 2016, que así la dejó a los pies de los caballos?

La falta de transparencia, en unas democracias occidentales en cuya cúspide reina hoy el mismo Donald Trump que hace un año se jactaba de comprar a los políticos por docenas, «y luego nunca me fallan», es la lacra que permite a la corrupción perpetuarse y, así, desprestigiar a la propia democracia y abrir paso a esos grupos de revolucionarios de baja estofa que amenazan el sistema y a todos nosotros. Pero no se pueden combatir la opacidad y la corrupción de una forma simplista, unívoca.

Se debe reformar la Justicia -ella misma a veces corrupta- para que investigue y dirima con eficacia los casos y haga pagar a los culpables dentro de plazos aceptables. Se han de crear verdaderos guardianes de la decencia política, y no sólo maquillajes vacíos, dentro de los propios partidos.

Y la cacería mediático-espectacular de personas ni siquiera procesadas debe regresar a los cauces deontológicos… que, por desgracia, quizá ni conozcan las TV stars de hoy.

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