Luis Ventoso

Mariano Rajoy, el de barbas

Una tras otra, todas las eminencias fueron cayendo

Mariano Rajoy, el de barbas
Luis Ventoso. PD

ANTAÑO era costumbre contar chistes que empezaban así: «Iban en un avión un español, un francés, un italiano, un inglés y un alemán…». En la primavera de 2012, en los consejos de la UE, también había un francés (Hollande, prometedor socialista recién llegado), un inglés (Cameron, modernizador del conservadurismo, que había sacado a su país de la crisis), un italiano (Renzi, aire fresco y promesas a tutiplén tras el golferío de Berlusconi) y una alemana (Merkel, jefa de Europa y lideresa indiscutida).

Lejos de tantas eminencias aparecía el de barbas, siempre en el gallinero de la segunda fila en las fotos de familia, incomunicado con su inglés de iniciación y con un lastre a cuestas de tirarse al Danubio: un país en recesión, que era una picadora de empleo, con la prima en más de 500 puntos, con Krugman y Stiglitz, los profetas del caos, vaticinando la inminente salida del euro.

Hollande, que iba a demostrar que se podía salir de la crisis desde la izquierda con recetas distintas al rigorismo alemán, se prejubiló anteayer. Su prestigio está por los suelos y su país, en el diván.

De sus políticas expansivas nunca más se supo: acabó aplicando tardíamente los mismos recortes que aceptó el barbas en el minuto uno. Cameron ha vuelto a su club de Mayfair y a la caza.

Firmó una inesperada mayoría absoluta, pero fue gracias a un referéndum temerario, que lo jubiló antes de los cincuenta. Renzi se juega mañana a cara o cruz su futuro en otro referéndum y las encuestas pintan sombrías. Merkel ha pagado la crisis de los refugiados y sudará tinta en las elecciones.

¿Y cómo le va al barbas? Pues tras un año en el alambre, ahí sigue. Ha jubilado a Artur Mas, padre de todas las independencias, y al joven e intrépido profesor Sánchez, creador del memorable aforismo «no es no».

Ha convertido a Lecciones Rivera en moda antigua y empieza a ningunearlo. Tiene al PSOE en barbecho y descabezado y hasta ve cómo se desinfla la fanfarria comunista. Ha superado lances tremendos: el oprobio del dineral suizo de Bárcenas, el festival cleptómano de Granados, la caída de dos de sus ministros por malas prácticas (Mato y Soria), las maniobras amigas para moverle la silla…

Referentes como Alierta, Ramírez, Aguirre o Aznar ya están fuera del primer plano. Se han retirado hasta Rouco y el Rey Juan Carlos. Pero él sigue. Los ha visto pasar a todos.

Concuerdo con los que piensan que a Rajoy le falta relato político, afán de modernizar a fondo España y el PP, y un discurso capaz de ilusionar a los españoles con su país para hacer frente emocionalmente al mayor problema: el separatismo. Pero alguna habilidad debe poseer el único líder de un país grande que ha sorteado desde el centro la galerna de la demagogia populista.

Siento quedar como un opinólogo provinciano y poco avezado, pero no me convence el cliché del gandul del «Marca» y el puro, que no da pancada y flota de chiripa. También resultaría interesante aclarar este magno misterio: ¿Cómo es que el político más detestado en las encuestas ha ganado tres elecciones seguidas mientras que el más valorado, Alberto Garzón, resulta ser un castrista obsoleto que no rasca bola en las urnas?

Misterios de la dicharachera España.

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