Manuel del Rosal

Con el manto de la tolerancia ocultamos nuestra sumisión, nuestra genuflexión y nuestra cobardía

Con el manto de la tolerancia ocultamos nuestra sumisión, nuestra genuflexión y nuestra cobardía
Manuel del Rosal García. PD

La sumisión y la tolerancia no es el camino moral, pero si con frecuencia el más cómodo. Martin Luther King

Sucedió en Colonia en la Nochevieja del pasado año. Un millar de mujeres sufrieron robos y agresiones de grupos de inmigrantes. En enero de este año se descubrió que la policía sueca había ocultado decenas de acosos, agresiones y violaciones a mujeres realizadas por inmigrantes. Acaba de suceder en Friburgo: un afgano de 17 años ha sido detenido como supuesto autor de la violación y muerte de dos chicas. ¿Qué tienen todos los casos en común? Tiene que las autoridades ordenaron, sin conseguirlo, que se mantuviera oculto el origen de los agresores. No solo las autoridades, algunos medios de comunicación también intentaron ocultar la nacionalidad de los autores. Parece ser que en España acaba de suceder un caso similar; una paliza a una niña de 8 años en un colegio de Mallorca que las autoridades intentaron mantener oculta por el origen de los agresores. Estamos ante una situación ya repetida en otras ocasiones en las que lo políticamente correcto, esa lacra que asola a Europa, se quiere situar por encima de lo justo. Y ante el peligro de aceptar que con la sumisión y el apaciguamiento encontraremos la paz, sin darnos cuenta que una paz por sumisión es la paz de los cementerios. También puede suceder que esta sociedad esté tan laxa y acomodaticia que, no ya consienta esa sumisión, sino que la busque y la desee; a veces las personas y con ellas las sociedades pueden llegar a desear, a anhelar la sumisión para, mediante la genuflexión y la cobardía, alcanzar la seguridad. Estas personas y estas sociedades están enfermas. ¿Está nuestra sociedad tan enferma que busca, mediante la sumisión y la pérdida de la libertad, una seguridad de cadenas?

La tolerancia es buena cuando está bien entendida, pero cuando está mal entendida y mal aplicada se convierte en un agravio para quienes sufren la injusticia de esa tolerancia que, en ocasiones, es absolutamente discriminatoria. La tolerancia, como todo en esta vida tiene su tiempo y su medida. La tolerancia debe ser aplicada a todos con la misma vara de medir. La tolerancia no debe permitir que unos desalmados y unos delincuentes encuentren en ella la tabla de justificación a sus actos. Una sociedad sana no debe permitir que una tolerancia pervertida permita que delincuentes campen tranquilamente al amparo de ella. Pero Europa está así, está enferma de buenismo, tolerancia mal entendida, buen rollito y de lo políticamente correcto, que consiste en tapar y ocultar todo aquello que puede hacer despertar de su letargo a la sociedad ante la verdad que ocultan bajo el manto protector de lo políticamente correcto.

Sumisión trufada de genuflexión y cobardía mezclada con una tolerancia muy mal entendida, es la clásica mezcla que hizo caer a sociedades y civilizaciones que parecían iban a permanecer para siempre. El Imperio Romano es el paradigma de una sociedad y una civilización que, degradada en sus esencias, en sus valores y en sus principios y tolerante con lo intolerable; cayó cuando nadie creía que el mejor y mayor imperio nunca creado pudiera acabar nunca.
¿QUO VADIS? Europa.

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