Santiago López Castillo

La letra con sangre entra

La letra con sangre entra
Santiago López Castillo. PD

No, no se alarmen. El adagio castellano viene a colación para avivar las conciencias. Ese venerado modelo educativo de que al niño sólo se le mira pero no se toca. Una corriente cursi, meliflua, irresponsable, ha venido cediendo la responsabilidad paterna a los educadores mientras los padres -con el correr del tiempo- se iban de copas y sus vástagos se ahogaban en el botellón. Pero no hay que ir tan lejos. Todos hemos sido niños. Hijos, pero no colegas, tronco. Se ha subvertido el rol de la paternidad. Al niño no se le puede hacer una sola recomendación, igual le traumamos, pobrecito.

Aquí se ha tomado como referencia la disciplina que aplicaban los colegios en el régimen anterior. La culpa es del franquismo, siempre el franquismo. El que nos dio una gran formación. Predominaban los centros religiosos. El bachillerato -con dos reválidas y un preu- lo hice con los menesianos, franceses, con sede en España en Nanclares de la Oca (Álava) y cursé los estudios en Madrid. Tengo ante mí una foto de la clase de 4º de bachiller en la que está el hermano Alonso que me daba más palos que una estera porque no me gustaban las matemáticas y lo mío iba hacia las letras. Como así fue.

Resines, el que llegaría a actor, que aun de un curso inferior al mío, y ya tiene cuentas de rosario, se ha pasado en su faceta artística cagándose en nuestros profesores. Cargaba contra el director del colegio, el hermano Benedicto, «el muy hijo de puta», decía. Mala entraña te den. Lo soez, lo displicente, lo escatológico eran sinónimos de rebeldía. Y no se podía fumar ni durante el recreo en los urinarios. A Ponce le pescaron con un «bisonte» en los labios y el fraile le metió tal hostia que lo tiró al suelo, lo vimos a través del cristal esmerilado de la clase.

Sí, me llevé -como casi todos- cantidad de capones y bofetadas a manos vueltas. ¿Sabe qué? Que no me dejaron ningún trauma. Y llegué a donde llegué para orgullo de mis profesores y de mí mismo. Ahora no. Ahora es la desidia, la indisciplina, la repetición del curso y si no viene mi papá y os da una somanta de leches. Se intentó poner cordura con la reforma Vert, al que mucho conocí como diputado de UCD, cuya política educativa resultaba de lo más coherente. Ahí está el informe Pisa. Andalucía en primera posición de incompetencia del alumnado, como en el paro, no en el trinque político-sindical, a manos llenas.

La región andaluza se desliza por la permisividad, a la sombra del bambú. No voy a incurrir en lo de los vagos y maleantes ni en el Tempranillo. Confían en el destino y en el sol que más calienta. Los responsables de los malos datos de la enseñanza de la Junta, 40 años sin dar un palo al agua, los achacan, cómo no, a Franco, en cuyos tiempos a los alumnos nos daban con una regla negra de cuadratines y bordes metálicos que llamábamos «regaliz», y nos instaban a estudiar. Fariseos.

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