Victor Entrialgo de Castro

El coche y el nacionalismo

El coche y el nacionalismo
Víctor Entrialgo de Castro, abogado y escritor. PD

Desde que se inventaron los coches el nacionalismo perdió su sentido y por eso está condenado a fracasar. Sigue conservando el discurso pero es una inflamación que cursando con el separatismo puede tener pronóstico grave. La Constitución señala sus límites y lo dice claramente: Se reconoce el derecho a la autonomía. O sea, que es auto, pero no es mía.

Basta ver en las teles autonómicas y subvencionadas de la periferia a cualquier joven reportera dicharachera mientras entrevista artificialmente en lengua vernácula a los lugareños para comprobar que, aún en lugares remotos, allá donde haya un sobrino o un cuñao con cuatro ruedas, las contestaciones son básicamente en español salvo en la casa de dos pisos en que viven instalados los queridos amigos catalanes y algunas encantadoras terminaciones musicales tradicionales.

Mientras, la que se empeña en hablar una lengua de piedra y autoescuela, que no se habla así de artificial y académicamente en ningún sitio, es la joven locutora dicharachera. Y es que desde que se inventó el coche y llegó a las aldeas, el nacionalismo político que utiliza la lengua como punta de lanza está llamado a desinflamarse.

No sólo es que el euskera sea una lengua sencilla, limitada y no idónea para el pensamiento y la literatura por lo que no hay ninguna gran obra escrita en esa lengua. Y que, al margen de esta ola nacionalista que estamos viviendo, las extraordinarias aportaciones vascas a la literatura y pensamiento hayan sido en español: Unamuno, Pío Baroja o Blas de Infante, nacido vasco pero creador de la patria andaluza.

Lo mismo sucede en Cataluña con el maravilloso Cuaderno gris de Josep Plá, Boadella, Dali, Gaudí, Carreras o Adriá, internacionales a fuer de españoles al margen de que en la cocina, en el piso de abajo de esa casa de dos pisos que es Cataluña, como dejó explicado Julián Marías en su «Consideración de Cataluña», se hable la lengua próxima, esa creación del cariño y la proximidad.

Esa lengua poética y musical, esa que ha servido al otrora excelso músico y hoy pobre dirigente separatista Lluis Llach a triunfar en toda España con una música maravillosa y una lengua poética preciosa que muchos de sus admiradores entonces no conocíamos pero que era y queríamos hacer nuestra.

En una palabra. Que la Vicepresidenta del Gobierno tendrá que compensar lo que por los números haya que compensar, pero la cesión política no basta para contentar a quien no se quiere contentar. Ahora que vive debajo de un puente aéreo más que nunca, tendrá presente que a la ciudad hay que ir en coche y al mundo en avión. O sea en inglés. Así que el nacionalismo no sirve para salir al mundo. Sólo sirve para andar por casa.

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