Antonio Casado

Separatistas en guerra civil

Separatistas en guerra civil
Antonio Casado. PD

En vísperas de una guerra civil entre las fuerzas del separatismo catalán, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha dirigido un fraternal mensaje a sus afines, los depositarios del catalanismo moderado y burgués de toda la vida, ahora representado en Carles Puigdemont. Rajoy ha pedido al presidente de la Generalitat que huya de la CUP como el alma huye del diablo. Para no acabar en el infierno, claro.

No parece que Puigdemont quiera hacer caso. Al menos mientras el sucesor de Mas y de Pujol esté tan obsesionado por mantenerse en el poder como ellos lo estuvieron en su día. En el minuto y resultado de esa batalla, la del poder, lo prioritario es sacar adelante los presupuestos de la Generalitat para 2017. Luego, ya veremos. Los gamberros de la CUP han escrito en las paredes que no los apoyarán si mantiene en el Govern al consejero de Interior, Jordi Jané, al que la bulliciosa muchachada antisistema acusa de alinearse con la Justicia española.

Por tan ominosa traición, sus guerrillas urbanas han amenazado de muerte al consejero, por ahorcamiento gráfico. Con el mismo descaro que guillotinan las fotos del Rey ante las cámaras de televisión requeridas al efecto. Han oído como si oyeran llover las apelaciones del Govern al carácter de policía judicial de los Mossos de Esquadra y el carácter delictivo de las injurias al Rey de España (artículos 490 y 491 del Código Penal), que son los tipos endosables a los militantes de la CUP que quemaron imágenes del Rey en la última Diada y los que -algunos aforados- repitieron la afrenta en solidaridad con aquellos.

La guerra civil está servida en el campo del independentismo catalán, por el último episodio de rebelión a cargo de la CUP, que ya no se queda en la aversión a un Rey no votado en las urnas. Se hace extensiva a la Generalitat, por colaboracionismo con el Estado Español.

Así que tenemos a la CUP cabreada y a los independentistas de Junts pel Si (ERC y lo que queda que de la antigua CiU) preocupados porque pueden acabar el año sin presupuestos. Una situación límite que dejaría a la pareja Puigdemont-Junqueras ante el dilema de elegir entre la convocatoria de nuevas elecciones o la apresurada proclamación unilateral de la independencia. Hoy mejor que mañana, y mañana mejor que dentro de un mes, dicen los bulliciosos cuperos. Puigdemont tiene la palabra. Aún está a tiempo de rescatar la memoria de centralidad que siempre estuvo asociada al quehacer político del catalanismo burgués. Tiene ocasión de demostrarlo ante el emplazamiento de Moncloa a la reunión de presidentes autonómicos del próximo 17 de enero. Se trataran asuntos que afectan al bienestar de los catalanes. Si, como parece, el president mantiene su decisión de no asistir, crecerá el numero de catalanes que empiezan a echar de menos su calidad de vida, sacrificada a asuntos identitarios de incierto desenlace.

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