Ignacio Camacho

No fue un lapsus lo de Rajoy, sino un mensaje a la oposición: Presupuestos o urnas

Las encuestas a favor y la sensación palmaria de ser la única formación al alza. En un ambiente así no hay lapsus que valga

No fue un lapsus lo de Rajoy, sino un mensaje a la oposición: Presupuestos o urnas
Ignacio Camacho. PD

Dirige un partido en formación de combate que se mueve sin fisuras a un gesto de su mano

DE repente, el desconcierto. Torrejón de Ardoz, miércoles por la noche. La clásica cena de Navidad del PP madrileño.

Felicitaciones, brindis y discursos. Y ese Rajoy que se despide arengando a los afiliados a preparar las próximas elecciones. La prensa sobresaltada, el partido perplejo, la oposición desconcertada.

El Congreso, ayer, un hervidero de exégesis. Los marianólogos divididos. ¿Lapsus o advertencia? ¿Desliz maquinal o anuncio voluntario? Portavoces hechos un lío. Soraya que apunta a la espesura nocturna de un presidente madrugador.

Y la Moncloa, callada. Dejando hacer, dejando especular.

En pleno disfrute del silencio ambiguo. Marianismo destilado: un misterio dentro de un enigma.

Pero menos. Rajoy no suele dar puntadas sin hilo, por más que a veces se enrede en su lengua de madera.

Su media sonrisa no era de confusión sino de travesura. Consciente del efecto de lo dicho: ahí queda eso, a ver cómo lo interpretáis.

Hablaba ante los militantes pero se dirigía a otros. Ni siquiera a la opinión pública; era un mensaje para los demás partidos. Un aviso tintado de amenaza. Presupuestos o urnas.

El contexto, una reunión de la organización más poderosa del partido. La que entre enero y junio recuperó 275.000 votos, una tercera parte del avance electoral en toda España. El clima de autosatisfacción por haber superado un año crítico. La conciencia de un liderazgo sólido reforzado por la continuidad en el poder y por las crisis internas del resto de las fuerzas parlamentarias.

Las encuestas a favor y la sensación palmaria de ser la única formación al alza. En un ambiente así no hay lapsus que valga.

Era, o lo parecía, un recado explícito. El presidente quiere estabilidad, aunque al carecer de mayoría no puede aspirar a otra cosa que no sea porfiar año por año, ejercicio por ejercicio.

Su proyecto es el de una legislatura al menos de duración mediana. Está dispuesto a perder votaciones y a bregar con algunos trágalas, pero necesita un mínimo de seguridad presupuestaria.

Sin ese acuerdo ni puede ni le merece la pena continuar, sobre todo porque a partir de mayo se hallará en disposición de volver a convocar elecciones y de volver a ganarlas.

Dirige un partido en formación de combate que se mueve sin fisuras a un gesto de su mano.

Está en minoría pero se siente fuerte cuando mira a los adversarios. Y si no le dejan pactar los presupuestos dispondrá de la coartada perfecta para disolver las Cortes antes del verano.

Lo de anteanoche fue su discurso de Navidad, su declaración de intenciones para el próximo año.

A la manera marianista: en un tono ambivalente, casual, deslavazado. Una especie de «estos son mis poderes y allá vosotros», pronunciada de modo aparentemente accidental, al bies, como un gazapo. Y si se trataba de un acto fallido o de una traición subliminal habrá que colegir que tiene un pensamiento reflejo muy condicionado.

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