«Yo siempre he creído que conciliar era conciliar el sueño y dormir bien, y poner de acuerdo a dos contrarios a fin de evitar pleitos. Pues no, conciliar es terminar de trabajar a las 6 de la tarde. Ingenuo de mi»
Eran las seis en punto de la tarde cuando el hombre, radiante de contento porque iba a tener horas por delante para hacer lo que le diera la gana, salía de su trabajo. – Me voy a tomar un buen café con toda la tranquilidad del mundo, mientras miro mi correo en el móvil – Se dijo. Encaminó sus pasos hacia la cafetería donde acostumbraba a tomar el café de media mañana. Estaba cerrada. Se dirigió a la de enfrente. Estaba cerrada. El hombre quedó desolado por no poder tomar su café y por no saber qué hacer con tantas horas como tenía por delante. Preguntó a un señor que pasaba cerca de él – Usted no ha debido enterarse señor; a las seis de la tarde España queda totalmente paralizada por decreto ley. Desde las seis hasta la hora de acostarse son horas para la «conciliación» – Pero, oiga, si yo no tengo que conciliarme con nadie, yo lo que quiero es tomar un café ahora que dispongo de tiempo libre – El otro se encogió de hombros.
Eran las seis en punto de la tarde. La mujer, sentada en el sofá, hacía calceta pausada y sosegadamente. De repente sintió como los dolores del parto le arañaban su vientre. Descolgó el teléfono y llamó a un taxi; a través del hilo telefónico una voz metálica le contestó: nuestro horario es de 7 de la mañana a seis de la tarde todos los días de la semana. Llamó a urgencias del hospital. Una voz más metálica aún le informó: Si es para consulta marque el 1, si es para cita marque el 2 etc. hasta que llegó a: si es para parto usted, señora, debería saber que a partir de las seis de la tarde y por decreto ley, usted ni nadie puede ponerse de parto.
Faltaban unos minutos para las seis de la tarde. El chico llamó a su chica. – Quedamos en el Retiro para dentro de 45 minutos – De acuerdo. Una hora y media le llevó llegar al lugar de la cita. Aún no había llegado su chica, pero empezaba a insinuarse su figura por el horizonte. – Lo siento cariño, no hay ni metro ni autobuses; tampoco taxis. He venido andando – Yo acabo de llegar; he tenido el mismo problema. Estamos cansados, vamos a esa cafetería, nos sentamos y tomamos algo. Comprobó que la cafetería estaba cerrada. Cabreadísimo el chico llamó a la policía municipal. Un silencio absoluto se percibió a través del móvil. Miró la pantalla y vio como un aviso con un emoticono sonriente y cariñoso, decía: A partir de las seis de la tarde Movistar, por decreto ley, está fuera de cobertura en toda España. En la pantalla la hora señalaba las 18:05.
Eran las seis en punto de la tarde. La familia, compuesta por el matrimonio y dos hijos, acababan de llegar de un viaje al pueblo de los abuelos. Entraron en casa y los niños pidieron de comer, pues venían con más hambre que el perro de un hortelano. Nada de nada en el frigorífico ni en el congelador. – No preocuparos iré a la tienda de la esquina. Cinco minutos después la madre volvía con las manos vacías y aclarando que ni bares ni restaurantes estaban abiertos. Como último recurso llamaron a una pizzería. Una voz muy amable que sonaba a latón les dijo. Nuestro horario termina a las 18 horas por decreto ley. Pueden acercarse a nuestra pizzería más cercana. Hemos dispuesto un autoservicio exterior. La más absoluta desolación se apoderó de los padres y – sobre todo – de los niños que berreaban a grito pelado. La máquina expendedora de pizzas lucía un aviso luminoso que decía: Agotadas las existencias. Al llegar a casa empezaron los reproches entre el hombre y la mujer. El mayor de los niños, en torno a los diez años, se dirigió a sus acalorados padres: – «Por qué discutís, ya tenéis lo que durante tantos años habéis querido tener» – Los padres, sorprendidos, preguntaron: ¿a qué te refieres hijo mío? – A LA CONCILIACIÓN.