Ignacio Camacho

En Cataluña hay dikéfobia: aversión a la ley, al derecho, a la justicia

En Cataluña hay dikéfobia: aversión a la ley, al derecho, a la justicia
Ignacio Camacho. PD

DEMAGOGIA y tenacidad, simpleza y persistencia. El éxito del independentismo en la sociedad catalana se debe al empleo sistemático y eficaz de un lenguaje populista -esto es, mendaz- repetido en una propaganda infatigable.

Su perseverancia en la divulgación de ideas falsas provoca desistimiento y fatiga en el adversario; la secesión avanza por cansancio. El bloque constitucional carece de energía intelectual y de fortaleza de ánimo para combatir las patrañas con que el nacionalismo se abre paso.

«España nos roba» o «la democracia es votar» son enunciados de fácil comprensión que caben en cualquier formato expresivo: un titular, un tuit, una pancarta.

Su refutación necesita argumentos algo más complejos y por tanto antipáticos para una opinión pública desacostumbrada a los matices. Pero las voces del Estado no comparecen para defenderlo; ese esfuerzo de convicción simplemente no existe.

Frente al procés, a la causa española le falta masa crítica. Personas influyentes que expliquen el concepto de soberanía nacional, que sostengan que el pueblo catalán no tiene derecho a la autodeterminación porque no existe como sujeto político.

Líderes de opinión capaces de rebatir el embuste de que prohibir el referéndum es un acto de opresión, dispuestos a sostener la potestad soberana del pueblo español y a reclamar sin complejos los fundamentos de la nación igualitaria.

Ciudadanos con coraje para circular a contracorriente de un pensamiento hegemónico construido sobre premisas embusteras. Gente independiente frente a los independentistas.

El soberanismo tiene más presencia en España que el constitucionalismo en Cataluña. La izquierda radical se expresa sin ambages a favor de la consulta autodeterminista, y la socialdemocracia balbucea sus remordimientos en la búsqueda de una tercera vía.

La performance secesionista de ayer, un acto masivo de desobediencia a los tribunales, acaparó la agenda informativa nacional con la palabra «democracia» plantada al frente de la plataforma insumisa.

Los dirigentes de Podemos se permitieron hablar de demofobia, tratando a la justicia de un país libre como una estructura represiva. Frente a todo ese despliegue publicitario, el Gobierno y los partidos constitucionales apenas sí articularon una respuesta confusa, indeterminada, tímida. No hay miedo a la democracia en España.

Hay dikéfobia en Cataluña: aversión a la justicia, al derecho, a la ley. Un rechazo irracional -y también xenófobo en cuanto que trata de extranjerizar lo español- a las pautas de convivencia establecidas en el marco jurídico. Y crecerá mientras siga siendo social e intelectualmente impune.

Mientras la democracia verdadera, la del régimen de libertades, se encoja a la hora de reivindicarse a sí misma. Mientras se apoque y ceda el espacio de debate público a la manipulación, al malentendido deliberado, a la tergiversación. A la mentira.

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