Manuel del Rosal

Señor Ramón Espinar: el nuevo tartufo de color morado

Señor Ramón Espinar: el nuevo tartufo de color morado
Manuel del Rosal García. PD

Cuando des limosna no hagas tocar trompetas como los hipócritas en las sinagogas y en las calles para ser alabados por los hombres. (Mateo 6:2)

Cuando Jesús se dirige a los escribas y fariseos, lo hace con estas palabras: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos; hipócritas que sois semejantes a sepulcros blanqueados! Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos muertos y de toda inmundicia»

Una nueva actuación impresentable del señor Ramón Espinar ha venido a sumarse a otras capitaneadas por la especulación con la vivienda que le regaló su papá. Efectivamente, el señor Espinar solo admite regalos de sus seres queridos, es por eso por lo que aceptó, sin hacer ningún asco, el regalo que le ofreció su padre, envuelto en el oropel de la hipocresía. También ha aceptado el regalo de ostentar tres cargos políticos porque se los han regalado sus compañeros de partido. ¿Hay en la vida alguien más querido que un camarada? En absoluto; muestra de ellos son los besos apasionados que se propinan boca a boca como muestra del inmenso cariño que se profesan. El señor Espinar echaba espumarajos por la boca condenando la especulación inmobiliaria mientras él mismo era un especulador y demonizando a los políticos que se beneficiaban de varios cargos; ahora que el que se beneficia es él, se aplaude a sí mismo por ostentarlos y porque – según sus propias palabras – «tiene la habilidad necesaria y sabe delegar». Lo que no dice es que tiene una cara más dura que el granito y que es más falso que un billete de madera. Pero sobre todas, la virtud que más adorna a su persona es la HIPOCRESÍA. Si, con mayúsculas. Hay que ser hipócrita para querer tapar todas sus miserias con una carta de lo más demagógico, de lo más falso, de lo más rastrero queriendo – al igual que Tartufo ante su rey – mostrarse ante los ciudadanos como el paradigma de la honradez, la integridad, la honestidad. La frase con la que termina su hipócrita carta dice así: «nos debemos al pueblo, a nadie más», cuando lo que debería decir es: «yo me debo a mí mismo y a nadie más». Si usted y sus camaradas se deben al pueblo muestren que es lo que han hecho por el pueblo. Vamos, muéstrenlo.

En la historia y en la literatura universal ha habido personajes que han sido ejemplos de hipocresía y de doble moral. Personajes que lo primero que hacían al levantarse por la mañana, y antes de mirarse en el espejo, era escoger la máscara que encajaba ese día con las palabras que iba a pronunciar y los actos a los que iba a acudir. En su armario disponían de varias mascaras apropiadas a cada ocasión y, en la repisa de su baño, de los perfumes varios para tapar el olor original que emanaban, olor a hipocresía y a doble moral que salía de todos los poros de sus cuerpos. El paradigma de esos personajes es Tartufo, creado por Moliére. El señor Espinar quedará para la historia como uno de aquellos seres que hizo uso de todas las artimañas de la mentira, de la falsedad, del engaño, de la doblez, de la demagogia más abyecta. Hay muchas formas de rechazar un regalo, al tiempo que se agradece; por ejemplo, donándolo a quien pueda necesitarlo. El señor Espinar ha escogido, intencionadamente, la peor fórmula para devolver el obsequio de Ferrovial: valerse de él para tapar sus ruindades y sus mezquindades y aparecer ante la opinión pública como el paradigma del político honrado, honesto y preocupado socialmente. No encuentro una forma más rastrera de hacer la demagogia más pútrida. El señor Espinar, emulando a los escribas y fariseos de la Biblia, ha usado el regalo de Ferrovial para barnizar su exterior y así tapar su interior; de esa forma y, al igual que los hipócritas a los que se dirige Jesús, aparece ante el pueblo, brillante por fuera para tapar lo que es en verdad, lo que oculta por dentro. El señor espinar es el nuevo Tartufo que nos ha deparado la política; por desgracia, no será el último.

Un mensaje al señor Espinar: Los hipócritas, aunque aparentemente mueran por muerte natural, en verdad mueren envenenados por el veneno que, lentamente, destila su hipocresía a lo largo de sus vidas.

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