Rosa Villacastin

La Nochebuena cambia su rostro

La Nochebuena cambia su rostro
Rosa villacastín

Llegando estas fechas, tendemos a pensar que solo con encender las luces, poner el nacimiento y el árbol de Navidad, la felicidad se hace presente en nuestras vidas. Un sentimiento que han rentabilizado con éxito los grandes almacenes, las tiendas de juguetes, de regalos y, cómo no, los supermercados, que salvo excepciones hacen su agosto aunque estemos en diciembre. Una costumbre muy saludable, tanto por parte de quienes consumen porque es lo que les pide el cuerpo como por parte de quienes nos permiten acceder a ese mundo maravilloso de la ilusión.

Sin embargo, algo está cambiando en Nochebuena y, entre otras cosas, las familias que ya no son como las de antes. No debemos olvidar que hay gente que no tiene familia, ni amigos, ni ganas de cocinar durante horas e incluso días para que en un plis-plas la parentela engulla el cordero, las ensaladas y los turrones sin ni siquiera dar las gracias a la anfitriona, que generalmente es la madre o la suegra, por el trabajo extra que le ha supuesto organizar tan magnífico convite.

Supongo que es una de las razones por las que mucha gente ha decidido romper con la tradición e irse a celebrar la Nochebuena a un restaurante o a un hotel. Algunos de los cuales ante la cantidad de llamadas recibidas han decidido abrir sus puertas con el fin de que clientes y amigos celebren la Nochebuena en lugares tan acogedores como el Hotel Landa de Burgos, el Wellington de Madrid o el Marqués de Riscal, obra del arquitecto Frank Gehry -el del Guggenheim de Bilbao-, situado en un lugar privilegiado de La Rioja Alavesa. Una idea, la de pasar la Nochebuena fuera de casa, que me parece muy atractiva, para empezar porque le quitas la carga sentimental que tienen estas fechas y porque aunque los hay que puedan considerarla una excentricidad, estoy segura de que en unos años será lo habitual. ¿O a alguien le amarga ir a mesa y mantel puesto? Conozco gente de todas las edades que no tienen tan arraigado el sentimiento de clan, quizá porque entre las propias familias muchos se sienten extraños, lo que provoca discusiones, malos rollos, rupturas, difíciles de volver a coser. Me lo decía Marilé Zaera, encargada de organizar grandes eventos en esta y otras épocas del año y con un conocimiento exhaustivo del ser humano.

Otra cuestión a tener en cuenta es que durmiendo y cenando en un mismo establecimiento, evitas coger el coche a altas horas de la madrugada, después de beber y comer abundantemente. De ahí que mi querido amigo Manolo Montaña recomiende dejarse aconsejar por los expertos sobre qué vinos conviene tomar esa noche, y con qué bebidas no conviene mezclarlos.

Yo este año voy a intentar hacer lo que hacía mi madre: un aperitivo de jamón, rollitos de primavera con salsa agridulce, queso, chorizo, para tomar mientras escuchamos el discurso del Rey. Ya en la mesa, unos buenos espárragos de Navarra que son muy diuréticos y, de segundo, un cochinillo asado con ensaladas variadas -me encanta la de granada y escarola-, y después helados, turrones, todo ello bien regado con vino y cava. Y después, cada mochuelo a su olivo.

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