Carlos Rubio Romo

Venite adoremos Dominum

Venite adoremos Dominum
Carlos Rubio Romo

La sensación es extraña. La casa está completamente en silencio. Es raro. Excepcional. Los niños han salido y sus saltos, gritos y carreras no me acompañan. Estoy en mi sillón preferido. Tengo calorcito, arropado por mi chaqueta de lana preferida. Fuera, desde la mañana, una pertinaz niebla mejarriona ha teñido el día de tristeza. Mejarriona es una palabra del dialecto leonés que todavía sobrevive en el pueblo de mi padre en algunas expresiones y términos y que quiere expresar la niebla que nos riega levemente pero incesantemente. Aprovecho para leer el último libro que me he comprado y que necesita bastante concentración. Estoy en la gloria.

Antes, durante diez minutos, todas las cadenas de televisión que he tenido la desgracia de ver me han bombardeado con un millar de anuncios de perfumes, de papás Noels cada uno más ridículo que el anterior, de falsos deseos de felicidad y de sonrisas hipócritas hasta la náusea. Y, sobre todo, esa estúpida manía impuesta por la apisonadora políticamente-correcta del «Felices Fiestas».

Si Ud. se fija bien, amable lector, se dará cuenta de que nuestro entrañable «Feliz Navidad» desaparece poco a poco del panorama siendo sustituido por esa majadería del «Felices Fiestas» que, al principio, a mí me descolocaba porque no sabía si felicitaban un cumpleaños, un nacimiento o simplemente la juerga preparada para el sábado siguiente. Luego ya comprendí que es el último invento «rogelio» para descristianizar estas Santas Fechas. Los piji-progres al estilo Cristina Cifuentes y demás Andreas Levis también se han unido con su habitual estupidez a esta moda. No dan para más, los pobres.
Con este calorcito y la digestión, me voy quedando dormido. Pero antes, me he puesto en bajito un CD con los mejores villancicos.

Ahora está sonando el que más me gusta, el «Adeste Fideles». En Latín, como Dios manda. Yo, para mi vergüenza, no tengo ni pajolera idea de Latín. ¡Menos mal que existe Internet! En el bachillerato de mi época sólo lo tuve un año. A los de «Ciencias», como se decía entonces, nos atiborraban de Matemáticas, Física, Química y demás materias más o menos «apasionantes» pero poco, muy poco de Letras. Una verdadera pena.

Ya está. Mi resistencia ha sido de corta duración. Al mismo tiempo que me rindo ante Morfeo estoy oyendo ya la primera estrofa:

Adeste, fideles, laeti, triumphantes,
Venite, venite in Bethlehem:
Natum videte Regem Angelorum

Es una invitación imperiosa, llena de gozo, de júbilo, casi una orden para adorar al Rey del Universo.

Y en este momento, yo no puedo evitar pensar en mis hermanos cristianos del Estado nigeriano de Taraba o de Borno o de tantos otros sometidos al terror musulmán de Boko Haram: asesinatos, secuestros, violaciones, robos…un infierno en la Tierra y al mismo tiempo recordar las palabras de Mons. Ignatius Kaigama, presidente de la conferencia episcopal nigeriana, cuando declaraba con una sonrisa: «El don que tenemos en África es ser capaces de sonreír a pesar de estar sufriendo. De otra manera uno estaría con depresión y falto de esperanza. Los problemas son muchos pero cuando uno no es capaz de resolverlos, no queda otra que confiar en Dios«. O las de Mons. Dashe, obispo de Maiduguri en Nigeria, diciendo: «los terroristas pueden destruir nuestras estructuras, pero no nuestra fe«

O en mis hermanos cristianos de Egipto, donde sufren permanentemente brutales atentados durante la santa misa, el secuestro de niñas de doce o trece años a las que se les obliga a convertirse al Islam y a casarse a la fuerza con musulmanes y que ya nunca vuelven a ver a sus familias o una discriminación permanente en el acceso a la función pública, al ejército y a altas funciones de Estado. Pues bien, a pesar de todo eso, muy recientemente el P. Greiche, portavoz de la Iglesia copto-católica declaraba: «la Iglesia Católica no cancela la fiesta de nuestro Señor Jesús… Navidad es Navidad, y sería absurdo cancelarla. Puede cambiar nuestro modo de vivirla y celebrarla, dada las actuales circunstancias trágicas, pero no podemos no vivirla»,

O en la ciudad mártir de Alepo, en Siria, recientemente liberada por el ejército sirio de los terroristas musulmanes, donde resuenan fuerte en medio de las bombas las palabras del P. Pier Jabloyan, salesiano originario de dicha ciudad, cuando manifestó hace unos pocos días a la prensa que «celebrar la Navidad es una cosa especial y bellísima. Para nosotros la Navidad no es lo comercial, ni la ropa, cenas o regalos sino que es una fiesta ligada a la vida de las personas porque para nosotros basta con participar en la Misa del 24 de diciembre e intercambiar un saludo y ver que estamos vivos otro año más. En esta guerra feroz eso ya es Navidad«. El sacerdote comentó que el año pasado en el oratorio de los salesianos la gente se saludaba mientras afuera continuaban los bombardeos. «Incluso en medio de las bombas nosotros encontrábamos la fe. Esta es la especialidad de la Navidad: que el Señor ha nacido para nosotros. Ha nacido pobre para esta humanidad herida», afirmó.

Y en mis ojos somnolientos se reflejan aún las luces de uno de los árboles de Navidad más bonitos del mundo: el que acaban de instalar en Aziziyeh, uno de los barrios cristianos de la ciudad mártir.

No sé si estoy ya soñando o no. Todo eso es real: Nigeria, Egipto, Siria…la persecución a mis hermanos pero, al mismo tiempo, ¿es posible que esos cristianos después de tantas desgracias puedan mostrar esa alegría?, ¿por qué no se rebelan contra Dios?, al contrario ¿por qué esa alegría a pesar del sufrimiento? Sí, el P. Jabloyan, el P. Greiche y Mons. Kaigama y Dashe existen, ¡claro que existen! No lo he soñado. Ellos y sus fieles me están diciendo, nos están diciendo, que nada, nada, ni lo más terrible podrá arrebatarles su fe, su esperanza, y nos gritan alto y claro que el amor vencerá siempre al odio.

Es precioso lo que me está pasando. Una paz creciente me invade. Mi reproductor continúa su trabajo y me trae la segunda estrofa:

En grege relicto, humiles ad cunas,
vocatis pastores approperant.
Et nos ovanti gradu festinemus.

Como aquellos pastores que siguieron la llamada del ángel del Señor y dejándolo todo fueron a adorarle, miles y miles de sacerdotes, religiosos, monjitas y laicos lo dejaron todo un día y fueron a adorar al Señor entregándose a sus hijos más necesitados.

Es como si releyera el testimonio del P. Benedicto, misionero espiritano, que dejó su Toledo natal para testimoniar del amor de Dios en medio de la brutal guerra de Angola o el del P. José Manuel, misionero de los Padres Blancos en la capital de Kenya, donde de la nada ha creado varios colegios, institutos y centros de formación profesional para niños de la calle o el de la hermana María Teresa, misionera comboniana, que llegó a Uganda hace ya más de cuarenta años y ya nunca la dejó a pesar de la guerra y las persecuciones. Ella pudo abandonar el país pero jamás lo hizo. ¿Por qué?: «era como si una madre ve a su hijo sufrir y lo abandona. Son mi familia y no los podría abandonar.» Y Pedro, murciano, que dejó hace ya cuatro años su confortable trabajo de abogado para ir a la frontera de Haití con la República Dominicana donde vive en una chabola, sin agua corriente y casi sin electricidad y que dedica todas sus fuerzas a ayudar a los haitianos que huyen de la violencia y de la miseria en busca de un futuro.

¿No son acaso ellos y tantos y tantos otros miles el ejemplo viviente, generoso y desprendido que veintiún siglos después siguen respondiendo a la llamada de dejarlo todo para adorar a Dios ayudando a los más pequeños de entre Sus hijos?

En este mundo completamente perdido, sin valores ni principios, reconforta saber que tantas y tantas personas lo han dejado todo para gratuitamente darse a sus hermanos.

Abro ligeramente los ojos. ¡Qué sensación de bienestar! No quiero despertarme. Los vuelvo a cerrar mientras escucho la tercera estrofa:

Aeterni Parentis splendorem aeternum,
Velatum sub carne videbimus
Delum Infantem, pannis involutum

Y, efectivamente, ahí está la clave: el esplendor eterno del Padre lo veremos oculto bajo la carne. No en las luces ni sus destellos ni en el consumismo compulsivo. Dios se hace grande en los más pequeños. En los olvidados por esta sociedad podrida. En los abandonados.

Y esa misión enorme, gigantesca, durísima es la que han asumido centenares de congregaciones religiosas católicas y laicos comprometidos.

Como las religiosas Hospitalarias de S. Juan de Dios, entregadas, según reza su bendito carisma, al cuidado de los enfermos psíquicos y disminuidos mentales con preferencia por los más pobres. Su objetivo es que esas personas puedan recuperar un proyecto vital y vivir con dignidad. En España y otras naciones de Occidente pero también en África, Asia e Hispanoamérica. Allí donde las personas con enfermedades mentales son más discriminadas, las hermanas hospitalarias encarnan, en pleno s. XXI, el ejemplo del buen samaritano.

O como las Misioneras de la Caridad de Santa Teresa de Calcuta. Recuerdo ahora el testimonio de Verity Worthington, una chica inglesa, una de las miles de voluntarias que entregan su tiempo para ayudar a las hermanas en su santa labor que decía en uno de los correos electrónicos que envió a su familia:

«Hay frío en el aire ahora mismo, me voy a trabajar a pie, caminando entre personas con el cuerpo envuelto en papel sobre la acera – Me doy cuenta de lo próximo de nosotros que es este primer Nacimiento. Cuando miramos a los moribundos en Kalighat, cuando damos mantas como esta mañana… es Navidad… no las luces de colores, las guirnaldas y el oropel. Me parece ver la Sagrada Familia en todas las calles de la ciudad. Pobres, necesitados y vulnerables, cuyas familias enteras sobreviven en el frío, en un pedazo de acera sucia. Un día después de otro, de un año a otro. No están ocupados preparando el pavo o empaquetando regalos de última hora o enviando tarjetas de Navidad o decorando un abeto Estos bebés no saben nada de Santa Claus, no se cuelgan calcetines -como en Inglaterra – en la punta de su cama y, sin embargo, tienen algo más que, nosotros con todas nuestras cosas, no tenemos en esta Navidad. Tal vez es trivial, pero Madre Teresa tenía razón: aquí la gente comparte… se acurrucan juntos bajo la misma cubierta, comparten la poca comida que tienen con sus vecinos No hay lugar en la posada para ellos tampoco. Viven en el frío, rechazados por el mundo y lo hacen con humildad. Yo pensé esta mañana, cuando distribuimos mantas y arroz, en las colas universales en los centros comerciales en esta época del año. La gente había esperado tanto tiempo para estos elementos esenciales, y los recibieron con gratitud. Esta es una lección para todos nosotros.»

Ellas nunca saldrán en los telediarios. Su entrega, su afán, su trabajo hasta caer rendidas no serán nunca la portada de ningún medio.

Aquí, en nuestra pobre España, los que más hablan de solidaridad son los que más han hecho por extender la pobreza, la miseria y la injusticia por el mundo: los comunistas. Ellos, calentitos desde el sofá de su casa, el «jotero de la Pampa» que no paga ni las cotizaciones sociales del cuidador que le ayuda, el «pesetero» cobrando 400.000€ de un gobierno extranjero y defraudándolas a Hacienda, el «becario» cobrando de la Universidad sin pegar ni sello, el «inmobiliario» que se llevó un piso de protección oficial sin ningún concurso público ni dinero para pagarlo (¿de dónde vino el dinero?) y lo vendió sacándose 30.000€ de beneficio…Colección de escoria. Banda de salteadores de caminos.

Me despierto del cabreo que me he pillado porque toda esa banda de indeseables haya venido a perturbar el maravilloso sueño que estaba teniendo, lleno de buenos recuerdos, inolvidables testimonios y vidas ejemplares.
Me quedo ya despierto mientras el reproductor desgrana la última estrofa:

Pro nobis egenum et foeno cubamtem,
Piis foveamus amplexibus:
Sic nos amantem quis nos redamaret?

¿Y quién en esta Navidad en el mundo entero abrazará y sonreirá a los ancianos abandonados por sus familias?

¿Y quién en esta Navidad abrazará y sonreirá a los niños huérfanos en tantos orfanatos del mundo?

¿Y quién en esta Navidad en el mundo entero abrazará y sonreirá y dará de comer a los sin techo?

¿Y quién en esta Navidad acogerá a los ex presos y a los toxicómanos en pisos y en centros especializados?

¿Y quién cuidará y dará una esperanza de curación en dispensarios, hospitales y ambulatorios en todo el mundo?

Pues los que han entendido lo que es la Navidad. La de Verdad. Los que un día lo dejaron todo para entregarse a sus hermanos. Los mejores.

El villancico termina. Justo en ese momento la casa se vuelve a llenar con la vitalidad de los niños. Pronto será Nochebuena. Rezaremos por todos esos hermanos nuestros que hacen este mundo mucho mejor y recordaremos las palabras de Santa Madre Teresa:

Es Navidad cada vez que sonríes a un hermano y le tiendes la mano.

Es Navidad cada vez que estás en silencio para escuchar al otro.

Es Navidad cada vez que no aceptas aquellos principios que destierran a los oprimidos al margen de la sociedad.

Es Navidad cada vez que esperas con aquellos que desesperan en la pobreza física y espiritual.

Es Navidad cada vez que reconoces con humildad tus límites y tu debilidad.

Es Navidad cada vez que permites al Señor renacer para darlo a los demás.

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