Luis Del Val

La taumaturgia de los números

La taumaturgia de los números
Luis del Val. PD

El auténtico primer día del año es el siguiente al día de nuestro cumpleaños, pero lo solemos celebrar de forma menos alborozada, incluso menos extravagante. Eso sí, siempre creyendo que los doce meses que vienen van a ser maravillosos.

En diciembre de 1935 la inmensa mayoría de los españoles creyó que 1936 sería un buen año, y lo fue para los cementerios y los hospitales. En 1938 casi todos los europeos pensaban que las cosas se arreglarían, pero cuando llegó el tiempo de la vendimia, en septiembre de 1939, comenzó la II Guerra Mundial.

No soy un cenizo, ni un pesimista, ni un desilusionado, simplemente constato que la realidad se impone a los deseos, y que el futuro es una pregunta cuya respuesta viene demasiado tarde, cuando ya estamos en el presente. Sin embargo, la transición de los números posee una taumaturgia que nos hechiza, y de la que ya hablaba Pitágoras, que se refería a la música de las esferas, relacionada con los números.

No es de extrañar en un hombre que tenía a la entrada de su academia un letrero que decía: «Nadie entre sin saber geometría». Aquí, de geometría no sé cómo andan nuestros jerarcas políticos, pero los que gobiernan no van muy bien de aritmética, al menos en las autonomías y ayuntamientos, donde redactan unos presupuestos como si el dinero, si no existe se puede inventar, que dijo ese líder sindical de escasa base científica. Porque si la materia no se crea ni se destruye, sino que se transforma, a ver si creemos que el dinero va a ser menos. Montoro, que es más científico, pero un grosero social, exprime a un millón de clases medias por cada futbolista o millonario, con lo que va poniendo los cimientos de una sociedad violenta. Sabe mucho de materialismo, pero no de materialismo histórico, y, mucho menos, de sociología. ¿Qué habrá sido de todos estos famosillos en los días finales de 2017? No lo sabemos. No lo podemos saber, ni siquiera tenemos certeza de que no nos hayamos dado de baja en Registro Civil, y entonces nos dé ya todo igual. A Cioran esto le ponía: «Yo mato el tiempo, y el tiempo me mata a mí. ¡Qué bien se vive entre asesinos!». Algunos asesinos nada filosóficos ya aparecen en entrevistas formales con el PNV, o en asambleas del nacionalismo catalán. Tienen las manos manchadas de sangre y creen que el tiempo les absuelve. O los números.

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