Carlos Rubio Romo

Víctimas de primera, de segunda… y de tercera

Víctimas de primera, de segunda... y de tercera
Carlos Rubio Romo

Que su recuerdo no se pierda y que su fidelidad nos guíe en la lucha

Digna representante del gótico tardío, la iglesia de Santa María de Ondárroa es un edificio imponente con un precioso retablo en el altar mayor. En el pueblo marinero se respira la Navidad. Muchos de los que están fuera han venido a pasar unos días.

El lunes pasado, 26 de diciembre, se celebró por la tarde en ese templo la santa Eucaristía. Nada de particular si no fuera porque, al igual que desde hace muchos años, se ofició por el eterno descanso de José María Arrizabalaga Arcocha que fue vilmente asesinado por la ETA treinta y ocho años antes menos un día.

José Mari era un perfecto representante del «chicarrón del norte»: grande y noblote, jatorra. Vasco hasta las trancas. Euscaldún de cultura y jefe de la Juventud Tradicionalista del Señorío de Vizcaya. Como muchos otros, José María creyó firmemente que la mejor manera de ser cristiano, vasco y español era militar en el Carlismo. A él dedicó su vida y por eso la ETA le mató.

La droguería familiar ya había sufrido un atentado con bomba en 1971, a resultas de la cual la dependienta que atendía en ese momento quedó ciega. Un acoso en toda regla a la familia entera

«El chato», para sus amigos, estaba en lo mejor de su vida. Tenía 27 años cuando se la arrebataron. Llevaba un año de baja por una fractura practicando paracaidismo pero logró un permiso para ir a su pueblo en Navidad.

José Mari trabajaba en la biblioteca municipal. Aprovechó ese permiso para tratar trabajo atrasado. A las 6 de la tarde no había mucha gente: sólo dos niños y él. Después, dos hijos de perra etarras entraron y le descerrajaron once tiros en pecho, cara y piernas.

José Mari sabía que la ETA le había puesto en su macabra lista. Pilar, una amiga de la familia, comentaba hace años lo siguiente: Recordé lo que tantas veces me dijo: «Recuerda, Pilar, lo que hay que poner en mi lápida: Aquí yace José María Arrizabalaga Arcocha, Requeté, Caballero Legionario Paracaidista. Vilmente asesinado, por Dios y por España».

Así se hizo.

Pero José Mari no fue el único patriota asesinado en razón de su ideología por la ETA. Otros le precedieron y otros le sucedieron.

El 7 de julio de 1975, una veintena de pasajeros se desplazan por la escarpada zona entre Deva e Icíar, localidades enclavadas en el noroeste de Guipúzcoa, en un pequeño autobús conducido por Carlos Arguimberri Elorrieta.

Carlista y miembro de una familia carlista, Carlos es un hombre entregado a su pueblo: ha sido alcalde pedáneo de Icíar y concejal en Deva y siempre haciendo favores a sus vecinos. A pesar de ello, se sabe perseguido y amenazado por la ETA: pintadas pidiendo su muerte en el pueblo («Karlos hil«, o sea, «muerte a Carlos«), su autobús quemado, el vacío que le hacen muchos vecinos. Van a por él.

Es mediodía. De repente, dos pasajeros se levantan, se acercan al conductor y tras gritarle «hi txakur bat haiz» («eres un perro«) le dispararon a bocajarro nueve tiros por la espalda. Un hermano y una hermana de Carlos viajaban en el autobús y fueron testigos de su asesinato.

El 9 de febrero de 1976, como todos los días, a eso de las 8h10 de la mañana, Víctor Legorburu Ibarreche, alcalde de la localidad vizcaína de Galdácano y de ideología tradicionalista, sale de su domicilio y se encamina hacia su coche para ir a la Caja de Ahorros Municipal en Bilbao donde trabaja.

Lleva ya tiempo pensando en dejar el cargo que ejerce desde 1966. El 22 de enero de 1974, los etarras han pegado fuego a la imprenta que posee junto a su hermano. Antes y después ha sufrido amenazas y en diciembre de 1975 terminó el plazo que los etarras dieron para que todos los cargos municipales, provinciales y sindicales en Vascongadas y Navarra dimitieran.

El Sr. Legorburu y Víctor Ruiz, un policía municipal que ejercía de guardaespaldas, cayeron en la emboscada que los asesinos les habían preparado: el Sr. Legorburu murió con veinte balazos en su cuerpo y D. Víctor Ruiz sobrevivió milagrosamente después de haber recibido once balazos.

El 1 de marzo de 1976, Emilio Guezala Aramburu sale a dar una vuelta con su primo por su pueblo guipuzcoano de Lezo. Necesita respirar un poco de libertad en un entorno hostil que le ahoga.

Viudo y padre de familia numerosa, Emilio ha sido amenazado reiteradamente por la ETA. Se le ve preocupado pero no quiere abandonar su tierra que es también la tierra de sus antepasados. Desde su misión como enlace sindical, Emilio dedica su tiempo también a mejorar las condiciones laborales de sus compañeros.

Al salir del bar en el que estaban, dos asesinos le ametrallan y Emilio muere en el acto al recibir ocho balazos. Su primo Fernando resulta herido.

¿Qué tenían en común José Mari, Carlos, Víctor, Emilio y muchos otros? No tenían la misma edad. No tenían la misma profesión. No vivían en la misma ciudad. Pero todos ellos eran, para los hijos de perra de la ETA, objetivos prioritarios.

En efecto, la ETA elaboró una estrategia macabra pero diabólicamente eficaz para exterminar a todos aquellos vascos y navarros carlistas, falangistas y franquistas que o bien habían tenido algún cargo público durante el régimen del general Franco o bien únicamente simpatizaran con cualquiera de esas ideologías.

Los etarras que mataban solían ser animales con pocas o ninguna neurona. Sin embargo, los que les dirigían sabían muy bien lo que hacían. Son unos hijos de puta. No hay duda. Pero tampoco hay ninguna duda de que no son tontos.

Si repasamos la historia de esa banda macabra veremos que los perfiles y las profesiones de las personas asesinadas han variado en el tiempo según el objetivo que la basura marxista-separatista se había fijado: militares y FOP para provocar un golpe de Estado, periodistas para evitar cualquier crítica, políticos de la UCD, AP/PP y PSOE para presionar al gobierno de la nación y llegar más fuertes a las distintas negociaciones que ha habido, empresarios para que todos pagaran la extorsión exigida por las ratas asesinas y, en el caso que nos ocupa, personas de ideologías identificadas con los vencedores (¡benditos sean!) de la guerra civil para hacerse con el poder en los pueblos y comarcas vascongados.

Se pongan como se pongan, en Vascongadas en los años sesenta y setenta, la mayoría de la población se sentía española. Como así había sido siempre hasta que un tarado mental llamado Sabino Arana se inventó una ideología de odio racista antiespañol y arrastró en sus delirios a otros tipos tan torturados mentalmente como él.

Y aunque es cierto que, sobre todo a partir de principios de los sesenta, la presencia sepaRATA fue creciendo en Vascongadas, era un fenómeno minoritario aunque ruidoso como lo fue el activismo de izquierda y de extrema izquierda en el resto de España.

El Carlismo, aunque muy debilitado al final del régimen de Franco, era, junto a las FOP, el enemigo principal para la escoria marxista-separatista. Una ideología popular, existente desde hacía siglo y medio, con seguidores en una buena parte de familias vascas y navarras y en todos los pueblos y comarcas, defensor de las tradiciones vascongadas, de su lengua y de su cultura pero…defensor de la unidad de España hasta la última gota de sangre. Eso los sepaRATAS no podían soportarlo. No podían acusarles de «maquetos» puesto que sus seguidores eran más vascos que el árbol de Guernica. No podían acusarles de perseguir a la cultura vasca puesto que fueron los que más hicieron por conservarla y difundirla. No podía ser. Había que acabar con ellos.

Como tampoco podían aguantar que miles y miles de vascos y navarros hubieran ejercido vo-lun-ta-ria-men-te puestos públicos de mayor o menor responsabilidad en la administración local, provincial, nacional o sindical, porque su buen hacer y el aprecio que en general sus conciudadanos tenían por ellos era un peligro evidente para imponer la dictadura marxista-sepaRATISTA a la que esos seres sub-humanos aspiraban. Porque, analizaban ellos, ¿qué pasaría si todas esas personas decidían continuar el servicio público después de la muerte de Franco? Pues que ellos no se iban a comer ni un rosco.

La caza despiadada comenzó siguiendo siempre la misma pauta: primero las amenazas, a veces verbalmente o enviando cartas o con pintadas («txibatoak, adi egon«, o sea, «chivatos, tened cuidado«) o colgando un gato muerto en la puerta de la casa del amenazado o enviándole un sobre con una bala dentro…la creatividad de esos despojos con pasamontañas no tenía límite.

Si eso no surtía efecto, empezaban con la destrucción de los bienes materiales del amenazado: casa, negocio, coche…

Y si, a pesar de todo, el amenazado no se iba de su pueblo que lo fue también de sus padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos…lo liquidaban.

Eso tenía un efecto directo, la muerte de una persona, pero tenía también un enorme efecto inducido que era el que la estrategia diabólica de ETA buscaba: aterrorizar a las otras personas que podían más o menos identificarse con la víctima. Matarlos en vida.

Así, un asesinato podía inducir cien exiliados y otros mil silenciados que conservaban su vida si aceptaban callarse y plegarse al régimen terrorista-sepaRATISTA vascongado.

Porque ¿qué pasa si tú eras un alcalde o un concejal de un pueblo en Vascongadas y no te había dado la gana de dimitir como exigía la ETA? Pues que al ver el asesinato de Víctor Legorburu o el de Antonio Echeverría o el de Julio Martínez Ezquerro mirarías a tus hijos y a tu mujer y decidirías quizá dejarlo todo y partir a otra parte de España.

¿O qué pasaba si eras un obrero o un taxista o dueño de un bar sin militancia política pero con ideas de derecha nacional y cuando había una discusión sobre política no te callabas y decías las verdades del barquero a amigos y no tan amigos, familiares y no familiares? Pues que al ver el asesinato de José Artola Goicoechea o el de Miguel Chávarri Isasi o el de Ignacio Arocena Arbeláiz como mínimo decidías sumirte en el silencio espeso, borreguil y atemorizado que atenaza a las Vascongadas y Navarra desde hace ya cuarenta años o bien cogías a tu familia y os ibais para siempre de la tierra que te vio nacer que era la tierra de tu familia por lo menos desde que existe registro escrito de bautizos en la parroquia de tu pueblo.

¿O qué pasaba si militabas o simpatizabas con alguna de las organizaciones políticas nacionales: carlistas, falangistas, Fuerza Nueva? Pues que al ver el asesinato de Esteban Beldarrain, Jesús Alcocer o Luis Berasátegui como mínimo cambiabas de ciudad pero lo más común fue el exilio a otras regiones de España sin tener casi tiempo de apagar la luz al salir.

El clima de terror que impuso en muy poco tiempo la inmundicia etarra provocó la mayor limpieza étnica (no racial sino ideológica) que ha conocido Europa desde 1945. Entre 200.000 y 300.000 vascos y navarros dejaron su tierra para instalarse en otras partes de España.

Ellos también son víctimas de una banda asesina pero también de un Estado cobarde que no actuó como debió y que entregó conscientemente las Vascongadas a los sepaRATAS. ¡Qué dolor rememorar la caza a la que ETA sometió a los cargos vascos de UCD y al mismo tiempo las concesiones que Adolfo Suárez tuvo frente al sepaRATISMO! Los altos cargos de la UCD iban a Vascongadas al funeral de algún concejal y con el cadáver aún caliente volvían a Madrid para continuar las concesiones a los amigos peneuveros de los etarras. Ya saben: «el árbol y las nueces».

Y ni el PSOE ni el PP actuaron distinto que la UCD por mucho que los bufones de unos y de otros nos quieran deformar la realidad. Cuantos más cadáveres ponía la ETA sobre la mesa, más cesiones conseguía.

¡Qué rabia me da intentar ponerme en la piel de alguno de las decenas de los patriotas asesinados o de los miles de exiliados! La angustia que tuvieron que sufrir al saberse amenazados. La tristeza en el beso que le daban a la mujer y a los hijos cada vez que iban al trabajo pensando que podía ser el último. El miedo al salir de casa por si un bastardo le estaba esperando para matarle. La incomprensión cuando los amigos de ayer ni siquiera te saludan por la calle para que no les identifiquen contigo. La rabia al ver a los correligionarios y camaradas de ayer sacarse el carnet del PNV para salvar el pellejo.

El exilio interior de centenares de miles de vascos y navarros es una de las mayores vergüenzas de este régimen (mal llamado) democrático. La victoria de la muerte, la sangre y el terror frente a toda una nación. Cientos de miles de compatriotas que recuerdan aún hoy perfectamente el día preciso en que cerraron la puerta de su piso, de su casa o de su caserío para no volver jamás porque la ETA les pisaba los talones.

Y lo consiguieron. ¡Vaya si lo consiguieron! La hegemonía sepaRATA es aplastante en Vascongadas desde hace treinta y cinco años. En menos de dos generaciones y gracias sobre todo a la actividad asesina de la ETA, a la colaboración entusiasta del PNV y la cobardía de los partidos del gobierno, no hay prácticamente voces discordantes en Vascongadas y Navarra.

Y si bien desde hace unos años hubo un cambio en el trato a las víctimas por parte de las instituciones, aunque fuera más estético que otra cosa, siempre se habló de víctimas de primera y de segunda. Estos últimos fueron los de los «años de plomo», setenta y ochenta, cuando los entierros se hacían casi en secreto, cuando sacerdotes absolutamente indignos se negaban a oficiar funerales por miembros de las FOP o, si lo hacían, era rapidito y en vascuence para familias que venían, de Andalucía, Extremadura o León. Cuando eran un estorbo para la imagen de la «ejemplar» transición. Cuando los mismos vecinos de las víctimas rebuznaban eso del «algo habrá hecho» para justificar el asesinato.

Con el tiempo, incluso las llamadas víctimas de segunda recibieron un reconocimiento que si bien es una absoluta impostura por lo menos sirve para que las familias sientan un poco más del calor que en su día no tuvieron.
Por supuesto políticos, periodistas, jueces y también policías, militares y guardias civiles han recibido una mínima porción del reconocimiento que se merecen por parte de los suyos.

Dios sabe si me alegro si una, aunque sólo haya sido una de las familias que tanto sufrió y continúa sufriendo, ha encontrado un poco de consuelo en los reconocimientos que las víctimas han tenido en los últimos años.

Pero hoy mi homenaje es para las víctimas olvidadas. Esas que no tienen detrás un partido castocrático que las recuerde o una asociación de periodistas o una organización patronal o una institución como el Ejército o la Guardia Civil.

Olvidadas porque molestan a este Sistema. Incluso más que el resto.

Molestan porque fueron asesinadas por la misma basura que los otros. Pero es que en su caso encima eran «fachas». Y no se trata ni siquiera de recordar la alegría del PSOE y del PCE cuando la ETA asesinó a Carrero y por extensión a otros representantes públicos del régimen de Franco. Es que para la UCD también molestaban porque esas víctimas les recordaban todo lo que ellos habían traicionado. Su lealtad les engrandecía frente a la ruindad ucedera.

Molestaban porque la UCD se propuso recuperar los seguidores y cuadros dirigentes del Franquismo para «reciclarlos» como demócratas y ellos no cedieron.

El Sistema y la castuza que lo dirige no pueden permitir que aquellas víctimas fieles a unos nobles ideales, comprometidos con sus pueblos, sencillos y trabajadores se pongan al mismo nivel que el resto.

Por eso hoy, en la misma semana en la que se cumple el 38º aniversario del asesinato de José María Arrizabalaga, mi recuerdo, mi oración y mi humilde homenaje en forma de sencillo artículo va por él. Por todos ellos. Por las víctimas de tercera.

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