EN Vich, comarca de Osona, provincia de Barcelona, parece existir la arraigada creencia de que la estrella que guiaba a los Magos de Oriente era en realidad la de la bandera estelada.
Por eso la portan los niños en los fanalets de la Cabalgata -si bien al final en número tan moderado como su entusiasmo- y por eso la tele oficial del soberanismo retransmite en directo la singular escenificación mitológica.
Sabido es que, según la pedagogía de la secesión, Cervantes era un catalán apellidado Sirvent y existen serios indicios de que también lo fuesen Colón, Hernán Cortés y Teresa de Jesús, a la que un consolidado bulo españolista atribuye prosaicos orígenes abulenses.
No procede, pues, escandalizarse en exceso porque los independentistas vigitanos lleven a sus hijos a recibir a los Reyes con el símbolo sagrado.
Se trata de una flagrante manipulación de la inocencia -Carlos Herrera la considera pederastia política-, pero las criaturitas no van a sufrir con ella un adoctrinamiento mucho mayor que el que ya llevan, junto con sus hermanos mayores y hasta sus propios padres, varias décadas asimilando.
El verdadero escándalo reside en la impunidad con que el nacionalismo impone a través del control de la educación su proyecto xenófobo y totalitario. No sólo mediante la inmersión lingüística, al cabo avalada por el Tribunal Constitucional, sino mediante un completo programa de instrucción sesgada y excluyente basado en una delirante falsificación de la realidad histórica y contemporánea.
Es en ese ámbito elemental de la formación de la conciencia donde los soberanistas han implantado su marco hegemónico. A los adultos, mediante la propaganda; a los menores, mediante la escuela.
Y eso ha ocurrido ante el desistimiento del Estado, que se ha desentendido de su responsabilidad de tutela de los derechos al tolerar la sistemática inobservancia de leyes y sentencias.
La abdicación de la autoridad ha permitido a los dirigentes autonómicos dedicarse a construir su modelo bajo un principio de extraterritorialidad que les ha concedido en ciertos ámbitos una suerte de independencia de facto.
Esa es la categoría; lo de Vich es una anécdota. Esa localidad vive desde hace tiempo en un estado de secesión virtual, erigida en capital moral del destino manifiesto. Amparado en una amplia y longeva mayoría soberanista, su Ayuntamiento ha tomado toda clase de decisiones y medidas soberanas moviéndose en un limbo jurídico.
La propia fantasmada de los farolillos estelados de la Cabalgata se ha repetido sin mayor alharaca en los últimos años. A buenas horas llega el lamento por la burda utilización del candor infantil y por el levantamiento de muros sentimentales, cuando ya son bien visibles los cimientos políticos, educativos y publicitarios.
Después de tantas concesiones y regalos es demasiado tarde para revelarle al nacionalismo el secreto de los Reyes Magos.