EL 24 de marzo del año pasado, dos jóvenes palestinos acuchillaron a un soldado de una patrulla israelí, desplegada en la ciudad cisjordana de Hebrón. Los militares judíos protegían a sus colonos en la zona de la urbe bajo control de Israel, que los palestinos consideran ocupada.
Un episodio sangriento más en una pelea eterna, que tal vez jamás se arregle: los palestinos recurren a la violencia en defensa de lo que consideran su tierra ancestral y los israelíes los acusan de terrorismo (y viceversa). El soldado israelí atacado sufrió una cuchillada no muy grave.
El agresor fue abatido al instante de un disparo y su cómplice resultó herido y fue inmovilizado sobre el pavimento de la carretera. Los soldados israelíes registraron al detenido para comprobar que no llevaba una bomba encima.
A los seis minutos llegó otro soldado israelí, Elor Azaria, de 20 años, que levantó su fusil y mató al detenido, Abdelfatá Abed Fatah, de 21 años, descerrajándole un tiro en la cabeza.
Un activista palestino pro derechos humanos, colaborador de una onegé israelí, lo grabó todo con su móvil, lo que ha hecho que el suceso acabe en tribunales. La corte militar de Israel ha fallado que Elor Azaria es culpable de «homicidio involuntario» y podría ser condenado hasta a 20 años de cárcel.
La historia ha partido en dos a Israel, donde el ejército es la médula de la nación y la mili obligatoria dura tres años. La mitad del público pide que se libere al soldado, lo apodan «el hijo de todos» y alegan que encarcelarlo atenazará a los futuros reclutas a la hora de enfrentarse al terrorismo palestino.
Pero los jueces militares no han dudado: «Hoy no es el día más feliz para nosotros. Pero el daño ha sido hecho y la ofensa es grave», han señalado, desoyendo las excusas del soldado, que pretextó que creía que el detenido portaba una bomba.
El primer ministro Netanyahu ha pedido ya -¡vía Facebook!- el indulto para el soldado. Se equivoca gravemente.
El respeto a la ley y a la independencia de los jueces es lo que distingue y honra a Israel respecto a los lamentables países árabes de su entorno. Israel es una democracia, la única en un avispero. Si aparcase la ley bajo el argumento de que el criminal «es uno de los nuestros», Israel perdería toda su autoridad moral, casi su razón de ser.
La semana pasada salió de la cárcel el ex presidente israelí Moshe Katsav, de 71 años, tras cinco años preso por una violación. El ex primer ministro Olmert, también de 71, cumple una pena de año y medio por soborno.
El propio Netanyahu acaba de declarar tres horas por un caso de corrupción. Nada de eso ocurriría jamás en Arabia Saudí, Qatar, Irán, Egipto, Siria (o en la Rusia que admira la demagogia populista y populachera).
Ahí radica la grandeza de Israel. Por eso, incluso entre lágrimas, deben permitir que el soldado Azaria esté donde debe estar: en la cárcel.
Porque las reglas que libremente nos hemos dado, el Estado de derecho, es -querida Ada, honorable Puigdemont, admirable Rufián- lo único que nos separa del pisoteo del más fuerte, de la animalidad.