Fernando Jáuregui

La generala secretaria general

La generala secretaria general
María Dolores Cospedal (PP). David Mudarra

Viendo a la elegante ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, pronunciar el tradicional discurso, previo al del Rey, en la Pascua Militar, mis pensamientos derivaron más hacia lo civil que hacia lo castrense, lo admito.

Porque la señora Cospedal se ha convertido en acaso el único punto de incertidumbre en la política gubernamental, el único factor algo discordante en la calma chicha que caracteriza el paso de Rajoy por el doble poder presidencial que ostenta, en La Moncloa y en la sede ‘popular’ de Génova.

Hube de limitarme a seguir la Pascua Militar a través de la televisión, porque las facilidades que se dan a los informadores para asistir a la posterior recepción se han recortado no poco en los últimos años.

Y es una lástima, porque hubiera sido una espléndida oportunidad para pulsar la opinión de los representantes del mundo castrense -suelen pronunciarse con prudencia, sí, pero con firmeza_ acerca de la conveniencia, inconveniencia o indiferencia de contar a su mando con una generala -es la equiparación real del ministro de Defensa en cuanto a graduación_ que es, a su vez, la secretaria general de un partido político, aunque sea el partido que gobierna a los españoles.

Personalmente, pienso que el titular de Defensa debe estar lo más alejado posible de la actividad política partidista y centrarse más bien de manera exclusiva en las funciones relacionadas con cuanto tenga que ver con la gestión del sector militar, que tiene importantes responsabilidades en el exterior y aún potencialmente más importantes en el interior.

Delicado punto este último en tiempos de secesionismo en grado de tentativa, que tanto el Rey como Cospedal eludieron, y creo que hicieron bien, tocar en sus respectivos discursos, intencionadamente poco ‘políticos’, si así pudiera decirse.

Pero, en mis conversaciones privadas con algunos destacados soldados españoles, he sacado la impresión de que ellos también comparten mi punto de vista: Rajoy debería considerar seriamente el relevo -que de él depende, y de nadie más; no nos engañemos, y que nadie nos engañe_ en la secretaría general del Partido Popular, para cuyo congreso nacional falta apenas un mes.

La señora Cospedal, en algunas de las varias entrevistas que ha concedido estos días, ha mostrado de manera inequívoca su deseo de simultanear ambos puestos, como antes simultaneó la secretaría general del principal partido de España con la presidencia de la Comunidad de Castilla-La Mancha.

Tiene ambición de ocupar parcelas de poder, y bien que sintió la pérdida del control sobre los servicios secretos, que se mantienen en la Vicepresidencia ocupada por su poco amiga Sáenz de Santamaría.

La permanencia de Cospedal en esa secretaría general no ha sido siempre ni fácil ni pacífica: trata de que no estallen las hostilidades con los nuevos vicesecretarios, para que sus diferencias con ellos no sean un clamor como lo son las que mantiene con el vicesecretario ‘veterano’, Javier Arenas, o, como decíamos, con la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, que fue la gran vencedora en la remodelación ministerial del pasado noviembre.

Hoy, a SSdeS solamente le ‘queda’ María Dolores de Cospedal como figura potencialmente hostil en el elenco del Ejecutivo, lo que no es pequeña cosa a la hora de pensar en futuras, que no inmediatas, sustituciones en la Presidencia del Gobierno.

A Cospedal últimamente las cañas se le vuelven lanzas: las recientes publicaciones sobre la actuación del entonces ministro de Defensa, Federico Trillo, en el desgraciado asunto del Yak 42, que provocó 75 víctimas, han tenido repercusión indirecta en quien ahora ocupa la cabeza del Departamento.

Ha sido, acusa menos que veladamente Trillo, una filtración ‘oportuna’ de un dictamen del Consejo de Estado. Y no digamos ya la publicación de revelaciones que afectan directamente al marido de la ministra y secretaria general, Ignacio López del Hierro.

Advirtiendo que quien suscribe, de haber tenido los documentos, los hubiese publicado sin atender a cuestiones de oportunidad o inoportunidad coyuntural, forzoso es reconocer que la aparición mediática de ambos episodios ayuda poco a la permanencia de la ministra-secretaria general en la duplicidad de sus funciones ante el congreso nacional del PP. Y no cabe sino reconocer que las ‘maniobras orquestales en la oscuridad’ siguen siendo moneda frecuente en el partido gubernamental, que se entretiene en estos episodios florentinos mientras sus rivales políticos se navajean a la luz del día sin compasión en una lucha feroz por el poder.

Lo que resulta indudable es que el PP, al que le ha ido bien en los últimos tiempos, tiene necesidad de incorporar cambios a su funcionamiento, por más que sea la formación política con mayor número de militantes y, de lejos, con mayores dosis de fidelidad interna al liderazgo de quien es su presidente.

El que no cambia algo, aunque sea para que todo siga básicamente igual, se estanca y ya se sabe que a camarón que no se mueve se lo lleva la corriente. Ya digo que la designación de cuatro vicesecretarios generales, de los cuales tres, Casado, Maroto y Maíllo, se han ganado indudable relevancia política, fuerza a pensar que uno de ellos debería, quizá, subir un peldaño. Y que la secretaria general se limite, porque sin duda lo hará bien, a su papel de generala.

A menos, claro, que queramos seguir viendo cómo cae el sofisticado ‘fuego amigo’ sobre el terreno que ella ocupa, que claramente es demasiado terreno.

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