Ignacio Camacho

El podio del PP

La neutralidad del Ejército cuestiona la idoneidad de que lo mande una figura de tan explícito rol partidario

El podio del PP
Ignacio Camacho. PD

EL régimen político español es una partitocracia tan asentada que la crisis de representación sólo ha logrado fragmentar su estructura pasando de dos fuerzas hegemónicas a cuatro.

El papel de los partidos en el sistema de poder es decisivo, por más que la mirada de la opinión pública suele centrarse en los liderazgos. Pedro Sánchez fracasó por no haber consolidado una mayoría interna, mientras que el éxito de Rajoy se basa, tanto o más que en su célebre resistencia, en la cohesión y el arraigo de una maquinaria electoral capaz de resistir cualquier asalto.

Tras el desgaste propio de la tensión de un año electoral, éste va a ser un trimestre de reajustes generalizados; un proceso instrumental siempre salpicado de luchas de facciones que sólo el PP aborda con la serenidad del objetivo cumplido, la autoridad incuestionada y el proyecto claro.

Frente a la incertidumbre y el cainismo que agitan al PSOE y a Podemos, y a las incipientes grietas en la fachada de Ciudadanos, la única incógnita del próximo congreso popular es la continuidad de Dolores de Cospedal como número dos, un asunto de trascendencia menor en una organización presidencialista que se mueve al compás exclusivo del número uno.

De hecho Rajoy ya resolvió en buena medida las disfunciones del pluriempleo de Cospedal traspasando muchas de sus competencias al número tres, Fernando Martínez Maíllo, un aparatchik clásico con buena mano para los conflictos. La titularidad de la secretaría general aparece por ello como una mera cuestión simbólica, vinculada a hipótesis sucesorias en un eventual posmarianismo.

A este respecto, el pulso cierto entre la ministra de Defensa y la vicepresidenta Sáenz de Santamaría soslaya la existencia de un candidato a delfín cuyas posibilidades -muy reales- pasan por mantenerse al margen del pugilato partidista.

Las dos damas se disputan la influencia visible sin tener en cuenta que en el mapa mental de Rajoy lo esencial casi nunca está a la vista. Y que su jefe, que conoce el PP mucho mejor que ambas, cuando reparte cartas siempre se guarda algún comodín en la manga.

Si el dedo marianista vuelve a respaldar a Cospedal, a despecho de su responsabilidad en el Gabinete, sólo significará que concede poca importancia a un cargo amortizado en la práctica. Deuda moral con ella no tiene después de haberle otorgado la relevancia de una cartera de Estado.

En el partido manda el presidente y ha encontrado en Maíllo al ejecutor de sus órdenes; lo demás son contrapesos fulanistas, equilibrios de jerarquía nominal y de iconografía política.

Existe sin embargo una cuestión ética y estética de mayor alcance que cabría contemplar al margen de la teórica compatibilidad de los roles y los cargos. Y es la de si los servidores armados de la nación, de neutralidad obligada, merecen estar mandados por una figura de tan flagrante y explícita vinculación partidaria.

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