Francisco Muro

Nos faltan objetivos y profundidad

Según el teólogo Paul Tillich, citado por otro gran teólogo español, José Antonio Pagola, la gran tragedia del hombre moderno es haber perdido la dimensión de profundidad. Ya no es capaz, escribe Pagola, de preguntar de dónde viene y adónde va, no sabe interrogarse por lo que hace y debe hacer de sí mismo en ese breve lapso de tiempo entre su nacimiento y su muerte, ni siquiera se plantea esas preguntas… «La generaciones actuales, termina Pagola, no tienen ya el coraje de plantearse estas cuestiones con la seriedad y la hondura con lo que lo han hecho las generaciones pasadas. Prefieren seguir caminando en tinieblas».

Eso que, sin duda, sucede hoy en la dimensión trascendental del hombre, se traslada también a la actividad inmediata, diaria, de las personas. No hacerse preguntas sobre lo que hacemos y lo que debemos hacer en las relaciones personales, en la política, en la actividad social o en la política, entendida en su sentido más amplio, la participación activa en las actividades públicas, está llevando a la sociedad a una falta de compromiso y una banalización de casi todo que tiene serias consecuencias en la familia, en la educación, en la solidaridad y en la política y que permite la pérdida de identidad y el crecimiento de los populismos. Nos faltan objetivos y certezas. Y no nos preocupa.

Lo acabamos de ver en la Navidad o en la festividad de los Reyes. Hemos eliminado -los propios católicos deberíamos hacer un especial y profundo ejercicio de autocrítica- la esencia, el significado y la profundidad de lo que supone verdaderamente esta conmemoración y hemos dejado que se sustituya por el consumo ilimitado, el gasto innecesario y un folclore, a veces intencionadamente -ni una mención, por ejemplo, en muchas cabalgatas a lo que representa la Navidad o que los Magos fueron a adorar al Niño Jesús- que borra la dimensión de profundidad de esa celebración.

Y está sucediendo lo mismo en la educación, en la política, en la acción social. Vivimos en la superficialidad. El marketing es más importante que lo que se hace o lo que se defiende. Lo que se pública importa más que lo que se pretende. Lo que se tuitea es más relevante que lo que es. Lo importante no es que algo sea verdad sino que parezca verosímil. No importan los valores sino los resultados. Vivimos sin pena ni gloria. Y lo que es más preocupante es que los jóvenes no parecen preocupados por esa falta de dimensión, de profundidad sino que están cómodamente instalados en ella. Aunque, seguramente, de eso somos más responsables nosotros que ellos. No podemos exigir a nadie altura de miras si nosotros seguimos mirando al suelo.

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