TENER éxito en algunos campos puede convertir un Gobierno en un arma peligrosa. Ser capaz de rescatar la economía española sin necesidad de recurrir a las instituciones europeas, tener más sangre fría que nadie frente a la amenaza secesionista y saber devolver a España al centro de la escena europea son éxitos notables.
Lo malo es que pueden producir una pérdida de las referencias y llevar al Gobierno a creer que puede hacer más de lo que de verdad corresponde a un ejecutivo. El de Rajoy ha dado en los últimos tiempos un indicio preocupante de ese tipo de deriva: su voluntad de cambiar los horarios de los españoles.
Esto de que el Gobierno pretenda regular los horarios laborables, ¿es aplicable a alguien más que a los funcionarios?
Los periodistas seguiremos trabajando en turnos que abarcan las 24 horas del día, la hostelería prestará servicios a horas fuera de las regladas, los artistas trabajarán fuera de esas horas, como los médicos, el personal de los transportes… y entre los funcionarios, los equipos que atienden el gabinete de un ministro o del presidente del Gobierno.
Desde secretarias hasta guardaespaldas pasando por infinidad de personas que complementan la estructura del Estado.
Con frecuencia me encuentro a antiguos embajadores que han estado acreditados en Madrid y tras jubilarse han optado por seguir viviendo en la capital de España en lugar de regresar a Amsterdam, Berlín u Oslo.
No estoy hablando de volver a Uagadugú, Belmopán o Asmara. Estoy hablando de relevantes capitales europeas. Y esas gentes escogen vivir en Madrid o en otras ciudades españolas por la calidad de vida de nuestro país por oposición a la que tiene el suyo.
¿Hay en Oslo peor sanidad pública? Seguro que no. ¿Hay en Amsterdam peores transportes públicos? Ciertamente no.
¿Hay en Berlín peores teatros o conciertos? Con toda seguridad infinitamente mejores. Y ¿cuál es la calidad de vida que tiene España mejor que otras capitales?
Su horario. Ese horario que mantiene las ciudades llenas de vida a las 22,30 horas. Que ofrece restaurantes abarrotados -gracias a una excelente cocina también- y multitud de bares abiertos hasta altas horas. Todo eso moriría si se diese un cambio horario que vaciara las oficinas a las 17,00 y la gente abandonara el centro. ¿Quién iba a volver a llenarlo a las 21,00?
A mí me gustaría conocer una estadística fiable que demostrara que a la economía española le han perjudicado relevantemente nuestros horarios diferenciados de los resto de Europa.
Yo apuesto a que nos han beneficiado. Pero cuando un Gobierno empieza a disfrutar de un mínimo grado de bonanza comienza también a distraerse en iniciativas dañinas. Presidente, por favor, los experimentos con sidra: esto funciona.