Hermann Tertsch

Obama, Trump y los medios de comunicación

Los medios han estado ocho años locos de amor por Obama e incumplido la labor de fiscalizarle

Obama, Trump y los medios de comunicación
Hermann Tertsch. PD

LA fotografía del matrimonio y las niñas en colores tenues y enmarcada por guirnaldas -familia de angelitos negros- en portadas de diarios serios, las televisiones rebosantes de lágrimas de gratitud y felicidad de los protagonistas y sollozos de emoción de su entorno, mítines de desbordante sentimentalismo popular.

¿Qué les habrá dado? Es la pregunta para cualquiera que siga estas semanas la larga, intensa, lacrimógena y edulcorada despedida que le tributan la inmensa mayoría de los medios al saliente presidente Barack Obama.

Y la que se tributa él a sí mismo. Con su pareja Michelle, imbatible en estas lides. El hecho requiere estudio. Nada más llegar al cargo le regalaron el premio Nobel de la Paz. Algo solo atribuible a impaciencia de mala conciencia luterana de darse un baño antirracista.

Pero si el entusiasmo estaba fuera de lugar antes de conocerle, ocho años después requiere aun más explicaciones. Las hay en la polarización norteamericana y en que Obama es un producto estrella de un mundo de la apariencia y del discurso amable en la forma y brutalmente excluyente en el fondo.

Los medios han estado ocho años locos de amor por un abogado tramposo que apuñala o engaña con buenas maneras. De ahí que fallara siempre en su labor de control del Ejecutivo. Que aplaudiera mucho y fiscalizara poco.

Algunos presentan como el gran mérito de Obama que no hubiera escándalos en la Casa Blanca en ocho años. Nadie sabrá nunca si los hubo. Porque gozó como nunca nadie de la protección de la prensa que debía vigilarle. La que le apoyó para convertir en su sucesora a una señora odiosa, corrupta y de mala salud.

Para continuar con lo que muchos llaman una política de «europeización izquierdista». Infravaloraron el arraigo de la sociedad norteamericana que hizo posible la reacción. Pero ante todo sobrevaloraron su propia elocuencia y poder de convicción en complicidad con esa prensa cortesana.

En Washington el 94% votó a la perdedora Hillary. Hasta ese punto está enajenado ese concubinato de prensa y poder capitalino de la realidad nacional.

También en Europa occidental han mantenido los medios del amplio consenso socialdemócrata ese idilio tóxico con Obama. Con efectos devastadores para criterio, credibilidad y honradez de los mismos.

Como en España. Ayer le despedía un diario de la mañana con un «Adiós, presidente» «Barack Obama deja la Casa Blanca con una brillante y digna gestión». En realidad no ha sido ni lo uno ni lo otro.

Por resumir: en el interior ha roto el tejido social como nadie en generaciones, en el exterior ha reforzado a sus enemigos y debilitado la seguridad de Occidente. No es para presumir.

La obamanía produce monstruos, pero también muchísimos ridículos. Medios importantes de EE.UU. se están asfixiando de odio a Trump.

En todas las televisiones de España se pelean los periodistas por el peor insulto a Trump y la mayor alabanza a Obama. Ayer en TVE cuatro tertulianos pensaban igual sobre Trump, «un tiranosaurus» y sobre Obama, «es la elegancia». Escandalizados por las declaraciones de Trump al alemán

Bild y el británico The Times de Trump. Que exponen de forma a veces brutal planteamientos que no son en absoluto demenciales para el comienzo de era. Hay periodistas en EE.UU. y fuera de allí que intentan entender lo que sucede.

Kai Diekmann, el director de Bild, salió de la entrevista impresionado por un Trump «muy bien preparado», seguro, con objetivos claros y dispuesto a cooperar con todo el mundo por el interés de la nación que lo ha elegido como presidente.

Eso seguro que sería encomiable por todos los periodistas en cualquiera, siempre que no se llamara Donald Trump.

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