Juan Pérez de Mungía

¿Sexo o seso?

¿Sexo o seso?
Prensa Rosa: Portadas de las revistas del corazón. EP

El tiempo devora a sus criaturas. A la fama la devora el tiempo. La fama persigue a los soldados de fortuna. Todos aquellos que su miseria les llevó a buscar su salvación en las redes mafiosas de la fama se convirtieron con el tiempo, primero en esperpentos, luego en cadáveres. Familias enteras apuestan en su desesperación por sacrificar a sus hijos, a amarlos tanto como para comérselos, como dicen de los napolitanos. Un notable éxito para un pederasta y dependiente compulsivo de anfetaminas, hombre-mujer, negro-blanco, el bueno-malo del diccionario Oxford, Michael Jackson, asombró al mundo con su capacidad para mimetizarse y encarnar la imagen de los mercaderes con su cuerpo y su canto. Ocurrió hace algún tiempo con Marisol, convertida en una niña prodigio del cine español para destrucción de su infancia. Dios mantenga su vida por mucho tiempo. Pepa Flores fue inteligente para escapar y tener una vida privada y no gastar su juventud y extraordinaria belleza adulta en el espejismo de las revistas del corazón, el único género periodístico que resiste a la tentación de hacer a hombres y mujeres iguales por su talento, el único género que alimenta el prejuicio, la segregación racial, y la violencia de género a base de sobreexpresarlo y convertirlo en sonrisas vacías, en máscaras estériles para hombres y mujeres. Si nada posees, si nada eres, si no eres capaz de pensar, vende carne… al peso. Beyoncé, Madonna, la turbamulta de los desheredados sueña con abrirse de piernas y provocar la lascivia de los enfermos mentales que nos habitan, y transmutarlo en oro. ¿De qué sirve guardar la flor de tu virtud si en ruina expiras? ¿No es así con tantos, y tan tontos que acabarán muriendo en la hoguera de las vanidades? ¿Quien, encubrado a la fama, se resistirá a morir consumido por la cocaina, y la heroina después de haber fijado su mirada en la medusa de la fama?. La fama te petrifica. La fama lleva a la cárcel al pequeño Nicolás.

Los paparazzis, los free-lance del periodismo que aspiran a su premio Pulitzer, los cantantes de medio pelo que se convierten de pronto en nobeles poetas, los triunfitos de la operación triunfo convirtiendo a nadie en fama, y a famosos en nada. Como antaño el boxeo, ahora el futbol, antes y ahora el torero y el silbador musical sin escuela y sin música soñando con el trending-topic del verano, los actores de ayer convertidos en quimera, en ruina, nostálgicos de su pasado. Los mismos que piden limosna en el metro. El suicidio de tantos ciclistas exitosos, atletas de probada resistencia y capacidad, una sarta de inconscientes que jugaron a la aventura de convertirse en mercenarios de la comunicación social. La cultura necesita modelos vacíos. Como aquellos otros que en su fracaso aspiran a redimirse como novelistas de éxito en novelas góticas y en insufribles retahílas de historias que se suceden a sí mismas en una espiral infinita de imágenes cacofónicas. Denostaban los académicos a Corín Tellado y Marcial Lafuente Estefanía. Hoy en la academia se sienta alguno entre sus filas.

No hay nada mas sexista que la fama, no hay nada mas sexista que las revistas del corazón que estimulan la imagen corporativa de nuestras hembras para hacer de ellas modelos del sex appeal sin sexo y sin seso. Nada mas sexista que la fama que hace de nuestras hermanas, objetos de lujo, expresión del triunfo social de actores machistas como Trump, el empresario hortera del lujo dorado, de la torre de marfil, de los casinos de juego, de los hoteles hechos burdeles, de las competiciones de las mises universo con derecho a toque. Hugh Hefner ha llegado a Presidente. Esa cultura capitalista de que todo se legitima si te haces rico, incluso aunque tu fortuna tenga un origen bastardo.

El ser humano desaparece ante las imprecaciones de las masas creyentes que buscan convertir esencia en presencia, en apariencia social, los asesores de imagen que destruyen cualquier rastro humano, el ejército descerebrado de los selfis que trata de congelar el tiempo. Son esos iconos del cine y la televisión un ejemplo claro que desvela el fracaso de la religión unitaria, y el éxito de la religión de los medios, una nueva perspectiva sobre la evolución religiosa de las masas en la actualidad, una religión politeísta que busca la identificación de las personas vulgares con los famosos a los que rezan y baten palmas. Más de 1000 jóvenes en EEUU se transformaron en máscaras quirúrgicas de un Elvis Presley que no conocieron, y muchos de nuestros jóvenes y no tan jóvenes recurren al quirófano para llegar a ser el doble de sus ídolos. De Justin Bieber, para luego suicidarse. Los «fanes» hacen guardia frente a las taquillas de las iglesias modernas, estadios, teatros, auditorios para estar cerca, rozar, tocar a su líder, hacerse un «selfie, reclamar la vigencia del milagro y experimentar la penetración. Hace tiempo que dieron muerte a Hipatia antes de incendiar la bibloteca de Alejandría, un monumento al conocimiento. Los cristianos de ayer que condenaron a Giordano Bruno, a Galileo Galilei, a Miguel Servet, a tantos y tantos, son hoy la expresión de esa turbamulta rural politeísta que destruye su vida en el pensamiento mágico de ese Macondo artificial que se cierra sobre sí mismo, incapaces de anticipar su destrucción. Este debe ser el éxito de la LODE socialista en nuestros lares: un pueblo inculto que tolera gobernantes deshonestos que promueven leyes injustas.

La catequesis publicitaria construye los ídolos paganos al tiempo que destruye la ciencia. El dominio de las masas exige su control y la religión, la fe y las creencias, ya no se dirigen a quienes hicieron posible nuestro presente, ahora los iconos públicos se presentan profusamente en carteles, fotos, entrevistas de radio y televisión; es la fama de los famosos la que permite disponer de tantas religiones como tribus, según la segmentación que la industria realiza sobre sus fieles. See agotan en un santiamén las prendas de los famosos. La identidad de sí mismo se expresa en el selfi, no existe al interior. Los «fanes», los seguidores, como aquellos de Forrest Gump, flotan casualmente como en una brisa ante el famoso de turno que se encuentre en el candelero. La fama del famoso termina desapareciendo en razón de la edad o por muerte prematura, o por cansancio del mercado o por pura desaparición del mapa. El pequeño de los Jackson Five es el muerto que mas dinero gana. Es la fama el alimento para los pobres y los famosos, los intérpretes de sus deseos. Para las mujeres modelos, para los hombres deportes de fortuna.

La fama tan exigente y amnésica se representa a veces con un arco en la mano zurda, tan diestra como la diestra mano, al hombro un carcaj lleno de flechas, con las que atina a dar en una lenteja de una diana colgada de un roble, a veces como un ciprés del que pende la semilla de una manzana amarilla. Estas iconografías representan la Fama pero a nadie se le indica cómo llega, cómo se va, en qué viaja, cómo vuela y donde se estrella. El mito se construye en la industria del disco, del audiovisual, de los medios de comunicación en una estrategía que, ahora, sucumbe a una nueva fuente de ingresos, las redes sociales. Todo el sistema occidental busca el control social de las masas, construyendo arquetipos emblemáticos. Los famosos se presentan como modelos sociales, descuartizando sus características principales, el culo de Beyoncé, su voz, el «yogurín» de Ashton Kutcher y su interpretación de Steve Jobs. La fama esconde la verdadera naturaleza humana, cómo se encuentra dominada por mitos y leyendas que los imperios mediáticos presentan como verdades para construir modelos sociales, modelos en los que las personas vulgares puedan verse representadas, redimidas. El Mesías ha llegado, por fin.

El mercado es así, incluso el mercado de la política está influido por la búsqueda de estereotipos sociales que mejor representen posiciones ideológicas a partir de la juventud y la belleza. Es la descalificación como antiguo de Zapatero, los imberbes políticos de Podemos. Que se lo digan a Ciudadanos. Vean el armario de que disponen sus chicas. Es difícil no estar de acuerdo con alguien que representa un estereotipo social de belleza. La belleza se construye en el espejo. Y en su ausencia el quirófano. La belleza se carga de razón solo por la forma en que alguien mira a quien habla. Es la atracción que produce la forma humana, al margen de su capacidad dialéctica, de oratoria o de raciocinio. La fama se sustenta en presentar a las personas como modelos de belleza. ¡Anda que es feo Stephen Hawking! Tal vez la compasión supla la ausencia de belleza, o tal vez sea la admiración de que la mente humana es más digna de admiración que el destino del cuerpo.

La fama tiene su contrapunto contradictorio en la ciencia. A los científicos no les representa su belleza; son sus ideas las que suscitan interés, no a los escolares de las pasarelas, sino a los que saben de su impacto en la humanidad. La ciencia hace iguales a los hombres y a las mujeres a los que se admiran por su producto social, por su talento. A Hipatia podemos recordarla, no a sus verdugos. Nadie recuerda la belleza artificial, y la pose, y menos aún cuando los años corrompan la carne.

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