Victor Entrialgo de Castro

La arrogancia de los intocables

La arrogancia de los intocables
Víctor Entrialgo de Castro, abogado y escritor. PD

Arrogancia, esa es la palabra que describe la actitud de quienes viven al amparo de una dictadura con la sensación de impunidad. No hay otra que describa mejor la de quienes durante casi cuarenta años actuaron impunemente, como un casta sagrada, sabiéndose intocables en un régimen de poder omnímodo y grosero, ejercido por el clan de los Pujol, Marta Ferrusola y sus hijos, al estilo de aquellas sagas de dictadores hispanoamericanos bajo el manto político de un marido consentidor y un partido interesado, deudor de sus migajas. Ellos no son Cataluña.

La arrogancia que durante años exhibieron impúdicamente ha aumentado, si cabe, con el hecho de que por ningún juez hayan sido adoptadas medidas cautelares sobre unos investigados que con absoluta desfachatez y supina arrogancia, han perseverado en el blanqueo de dinero no sólo después del terremoto político que provocó la histórica frase de Pascual Maragall en el parlamento catalán: «Ustedes tienen un problema y ese problema se llama 3%», sino después de saberse investigados e incluso de después de su peregrinación, declaración y confesión ante la Audiencia nacional.

Esto sí que es una casta, una organización concertada para delinquir, con una estructura y objetivo común, división de funciones y concierto para delinquir. Una sociedad secreta de Intocables, como las de las películas, con objetivos comunes, lucro ilícito, división de funciones, protección mutua, alianzas con otros grupos, diferentes grados de poder, con un sistema de toma de decisiones y cohesión entre sus miembros basado en el interés de todos y amparados en un régimen político de casi 40 años, prolongado a través de sus hereus civiles en sus hereus políticos.

Esa arrogancia combinada con una hipocresía XL, que es la segunda palabra que los define, les ha llevado a salir, acabantes de negar la existencia de cuentas en la Audiencia Nacional directamente al Banco a hacer movimientos en ellas; o a confesar que por ser hijos del Régimen de Papá han cobrado comisiones ilegales millonarias en negro durante años, basando su defensa en que ya lo han regularizado, y acto seguido volver a Cataluña para gritar «España nos roba».

Es la misma arrogancia y desafío a la justicia de los masoveros que han recogido las miajas del pujolismo, como Frances Homs, «el del asco», para quien la Fiscalía del TS pide nueve meses de inhabilitación, quien después de acabar junto con Mas con la derecha catalana, tuvo la cara de venir a refugiarse y a cobrar al mismo tiempo, a la carrera de san Jerónimo.

Cada vez es más evidente que de la misma forma que él lo fue de Pujol, Puigdemont era un títere de Artur Mas, quien ahora colocará seguramente otra marioneta mientras haya peligro de inhabilitación, en tanto busca para volver una posición de absoluta impunidad. Lo curioso es que haya tanta gente que aún se trague la milonga sentimental de quienes estaban saqueando Cataluña mientras la arruinaban.

Por eso choca, aunque no extrañe, dada la cantidad de intereses políticos y económicos en juego y la menguada autoritas «por falta de apoyo estatal» de la figura del juez en España, que después de la barahúnda que se formó con su precipitada aunque tardía y aplazada caída el clan Pujol haya seguido blanqueando impunemente y no se haya adoptado ninguna medida cautelar, obrando acreditado, entre otros, a título de ejemplo, los más de 5 millones de pagos del hereu Jordi Pujol Ferrusola y las comisiones ilegales cobradas por el más pequeño, Oleguer Pujol Ferrusola siendo su padre presidente de la Generalitat, a cambio de favores políticos. Ellos no son Cataluña.

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